¿Qué provocó el salto de la física a la economía?
Las perspectivas de trabajo en física no eran demasiado prometedoras y sí lo era la investigación en economía.
Crematístico, pero suena usted para el Nobel.
Seguí investigando en las grandes preguntas que me interesaban en física y las apliqué al ámbito de la economía.
¿Y cuáles eran esas grandes preguntas?
En física, la creación del universo, y en economía, por qué aumentaba el crecimiento visto con la perspectiva de miles de años. La mayoría de los economistas mira qué pasó el año pasado y qué pasará el próximo. Yo observé que la economía aumenta y va cada vez mejor a ritmos más rápidos.
¿Ya sabe por qué?
La teoría económica dice que las cosas deberían empeorar porque los recursos son limitados. Pero la otra fuerza es el descubrimiento de ideas, y los humanos han ido descubriendo ideas cada vez más rápido. Yo trabajo la economía de las ideas en lugar de la economía de los objetos.
¿Y así llegó a su famosa teoría del crecimiento?
Empecé a trabajar en economía a finales de los 70, cuando todos pensaban que la inflación estaba fuera de control y que nos íbamos a quedar sin petróleo. Era una época que se parecía bastante a la de ahora.
¿Una época pesimista?
Sí, y yo dije que era sólo una bajada temporal de una tendencia al alza, y tenía razón.
¿Ahora volverá a tener razón?
Estoy convencido. Me interesan las normas que rigen la economía y el día a día: las de circulación, cortesía, intercambio de ideas…; todo ese tipo de normas que establecen cómo interactuamos, ahí está el quid.
¿Cuál es su previsión?
Los países que puedan mejorar sus normas mejorarán y crecerán más rápidamente.
¿Normas que se establecen desde los gobiernos?
Las más fáciles de cambiar son las leyes y los reglamentos. Pero hoy las más importantes son las relacionadas con el sector financiero: cómo podemos cambiar las normas para frenar los booms y las caídas en picado.
¿No son consecuencia de la avaricia?
Hay que cambiar las normas para desanimar a toda esta gente avariciosa y, una vez las cambiemos, la gente empezará a cambiar su percepción de lo que está bien y lo que está mal, sus valores.
Parece sencillo...
En muchos países tenemos normas que dicen que si el sector financiero asume un riesgo grande y todo marcha bien, se queda con las ganancias; pero si sale mal son los contribuyentes los que sufren. Tenemos que cambiar eso.
Clama al cielo.
Hay que implementar normas que animen a la movilidad, al cambio de empresa e incluso de profesión, favorecer por ejemplo los años sabáticos.
Muchos de sus colegas dicen que se acabó el capitalismo rabioso.
Hay que implantar normas medioambientales y seguir descubriendo cosas que producen más valor con menos recursos (del tocadiscos al iPod). Si realmente creamos valor, todos los seres humanos podrán tener una mejor calidad de vida en el futuro, y eso es básico porque nos ayuda a ser optimistas y tener esperanza, ser mejores personas.
¿Está seguro?
El optimismo del buen crecimiento saca lo mejor de la gente y evita el pesimismo de tener que luchar por los recursos escasos, que ha sido la realidad durante gran parte de la historia de la humanidad.
Las ciudades están llenas de hoteles y comercios que no venden.
Muchas economías como la de EE. UU. se han basado en el exceso de consumo y no en invertir en el futuro a través de un buen sistema sanitario y de la educación, un bien básico que nos hace mejores ciudadanos y trabajadores más productivos, es decir, mejores a la hora de solucionar problemas.
Ya.
Pero no podemos obtener una mayor educación aumentando el tiempo que los alumnos pasan en la escuela; hay que encontrar maneras de aprender más, aumentar la productividad de la educación, y aquí de nuevo es donde deberíamos cambiar normas.
El ciudadano está muy normatizado.
Hay que encontrar buenas normas que dejen a la gente mucha libertad para que muestre sus propias capacidades. Normas que saquen lo mejor de nosotros.
¿De dónde deben proceder las normas?
Esta es actualmente la pregunta más importante para la economía. Algunas veces las normas vienen de los políticos; otras, de los activistas sociales y de gente con autoridad moral, que cambian nuestros valores y eso cambia las regulaciones.
Acaba de decir algo importante.
Sí, que la comunidad activista bien formada y pensante puede ser una fuerza muy positiva que nos empuje hacia mejores normas.
¿Y qué haremos con el 30% de paro?
Mayor flexibilidad y respuesta por parte de la Administración. Más apoyo a las personas para que cambien de sector: si ahora la construcción no es boyante, haz otra cosa. Y animar las iniciativas. El problema es que no tenemos buenos sistemas para cambiar las normas, es ahí donde hay que innovar. Las buenas normas es el gran reto humano.
Caín, nada menos, es el protagonista de la nueva novela de José Saramago (Azinhaga, 1922), que acaban de publicar Alfaguara en castellano y Edicions 62 en catalán. El pasado fin de semana, Saramago y su esposa, Pilar del Río, asistieron al festival Escritaria, en la localidad de Penafiel, un núcleo urbano de 12.000 habitantes, cerca de Oporto, que se transformó para homenajear al escritor: grupos de teatro callejero daban vida a sus personajes, postits gigantes recordaban frases suyas, artistas plásticos exhibían instalaciones inspiradas en su obra, los expertos debatían en mesas redondas... y el rostro de Saramago aparecía, entre severo y apacible, en los escaparates de todas las tiendas. En este entorno, el premio Nobel de literatura respondió las preguntas de este diario.