MATEU CUART. PALMA. Su bajo dibujó melodías de unas canciones coreadas por decenas de miles de personas en todos los rincones del globo. Ahora, John Illsley, miembro fundador de los Dire Straits, compone cuadros con su pincel. Una muestra de ellos llega esta noche a la galería Flohr de Santanyí como parte de la colectiva Brothers in art (un guiño a su popular Brothers in arms), tiempo después de que la banda se tomara un respiro que dura ya más de doce años, y apenas unos días antes de un 59 cumpleaños que mira con recelo. "Cuando el primer ministro es más joven que tú, empiezas a pensar que algo ha cambiado".
-Ya nadie hace música como los Dire Straits.
-Es cierto que los Straits éramos una banda bastante inusual, pero hay muchos grupos buenos ahí fuera. La esencia está en el letrista. Hay grandes músicos que no escriben sus canciones. Entonces, ¿cómo pueden comunicar con su público?
-¿Se sigue haciendo Money for nothing en el mercado musical?
-Todo ha cambiado mucho respecto a las bandas de los 70 y los 80. Ahora la gente cree que la música tendría que ser gratis y no logro entender por qué. De todos modos, es sólo una cuestión técnica, y se resolverá de una u otra manera.
-Se lanzó a la aventura de pintar cuando Dire Straits se disolvió. ¿Ha sido una forma de olvidar?
-A mí siempre me había gustado pintar, y cuando los Straits decidimos que teníamos que darnos un tiempo, la pintura llenó el vacío que deja algo que has estado haciendo durante 20 años. Era el arte o las drogas, y el arte es algo maravilloso, tan grande como la música. Brett Whiteley fue quien mi animó. Es uno de los mejores pintores australianos de siempre y fue una persona muy importante en mi vida. Me sorprende que mucha gente no conozca su obra.
-A los músicos y a los artistas les pierde a veces la ingenuidad.
-La política y el arte no son una buena combinación. La tarea de los artistas es observar y crear algo para mostrar a la gente lo extraordinario que es el mundo en el que vivimos.
-Uno de sus favoritos es mallorquín.
-¡Miquel Barceló! Lo vi por primera vez en una exposición en Londres y me quedé muy impresionado. Tiene un gran talento, hay algo muy orgánico en él.
-¿En qué ha cambiado el John Illsley de hace 20 años respecto al que inaugura mañana en Santanyí?
-Yo no he cambiado, las circunstancias han cambiado. Obviamente, estar en una gran banda de rock es distinto a exhibir pequeñas pinturas en Santanyí, pero hay un criterio común, que es el de la disciplina, por muy anticuado que suene. Los Straits éramos muy disciplinados, y también lo soy con la pintura. Además, sigo tocando con un músico irlandés, respetando lo que fueron los Straits y aprovechando el conocimiento adquirido. Lo que está haciendo Mark Knopfer no es para nada mi tipo de música.
-¿Prefiere a miles de personas coreando una de sus canciones en un concierto o a una sola frente a una de sus pinturas?
-Las dos cosas son importantes. Obviamente, el sentimiento ante una situación así en un concierto es fantástico, pero las canciones necesitan ser escuchadas dos o tres veces antes de que te gusten, mientras que el arte es instantáneo, te gusta o no, y no tiene nada que ver con lo bueno que sea el pintor.
-¿Cómo son sus creaciones?
-Son pinturas abstractas y figurativas, aunque como Ralph Pollack y Karl Renz, que es un filósofo, son muy abstractos, he optado por mis obras más figurativas. Traigo una serie de guitarras y otra de paisajes de la Provenza. Casi todo el mundo ya los ha pintado antes. Se trata de marcar alguna diferencia, como ocurre con la música. Es maravilloso que aún se encuentren nuevas fórmulas para decir ´te quiero´. La idea es que siempre hay posibilidades de hacer algo distinto.
-¿El proceso creativo es más importante que el resultado?
-El resultado final es muy importante, pero es la propia pintura la que te dice cuándo parar. De repente, te das cuenta de que si sigues vas a hacer un desastre. Aunque cuanto más pintas, más difícil resulta, porque crees que entiendes el proceso, y en realidad solo existen los principios. En la música, en cambio, quien te dice cuando parar es el dinero.
-Ya nadie hace música como los Dire Straits.
-Es cierto que los Straits éramos una banda bastante inusual, pero hay muchos grupos buenos ahí fuera. La esencia está en el letrista. Hay grandes músicos que no escriben sus canciones. Entonces, ¿cómo pueden comunicar con su público?
-¿Se sigue haciendo Money for nothing en el mercado musical?
-Todo ha cambiado mucho respecto a las bandas de los 70 y los 80. Ahora la gente cree que la música tendría que ser gratis y no logro entender por qué. De todos modos, es sólo una cuestión técnica, y se resolverá de una u otra manera.
-Se lanzó a la aventura de pintar cuando Dire Straits se disolvió. ¿Ha sido una forma de olvidar?
-A mí siempre me había gustado pintar, y cuando los Straits decidimos que teníamos que darnos un tiempo, la pintura llenó el vacío que deja algo que has estado haciendo durante 20 años. Era el arte o las drogas, y el arte es algo maravilloso, tan grande como la música. Brett Whiteley fue quien mi animó. Es uno de los mejores pintores australianos de siempre y fue una persona muy importante en mi vida. Me sorprende que mucha gente no conozca su obra.
-A los músicos y a los artistas les pierde a veces la ingenuidad.
-La política y el arte no son una buena combinación. La tarea de los artistas es observar y crear algo para mostrar a la gente lo extraordinario que es el mundo en el que vivimos.
-Uno de sus favoritos es mallorquín.
-¡Miquel Barceló! Lo vi por primera vez en una exposición en Londres y me quedé muy impresionado. Tiene un gran talento, hay algo muy orgánico en él.
-¿En qué ha cambiado el John Illsley de hace 20 años respecto al que inaugura mañana en Santanyí?
-Yo no he cambiado, las circunstancias han cambiado. Obviamente, estar en una gran banda de rock es distinto a exhibir pequeñas pinturas en Santanyí, pero hay un criterio común, que es el de la disciplina, por muy anticuado que suene. Los Straits éramos muy disciplinados, y también lo soy con la pintura. Además, sigo tocando con un músico irlandés, respetando lo que fueron los Straits y aprovechando el conocimiento adquirido. Lo que está haciendo Mark Knopfer no es para nada mi tipo de música.
-¿Prefiere a miles de personas coreando una de sus canciones en un concierto o a una sola frente a una de sus pinturas?
-Las dos cosas son importantes. Obviamente, el sentimiento ante una situación así en un concierto es fantástico, pero las canciones necesitan ser escuchadas dos o tres veces antes de que te gusten, mientras que el arte es instantáneo, te gusta o no, y no tiene nada que ver con lo bueno que sea el pintor.
-¿Cómo son sus creaciones?
-Son pinturas abstractas y figurativas, aunque como Ralph Pollack y Karl Renz, que es un filósofo, son muy abstractos, he optado por mis obras más figurativas. Traigo una serie de guitarras y otra de paisajes de la Provenza. Casi todo el mundo ya los ha pintado antes. Se trata de marcar alguna diferencia, como ocurre con la música. Es maravilloso que aún se encuentren nuevas fórmulas para decir ´te quiero´. La idea es que siempre hay posibilidades de hacer algo distinto.
-¿El proceso creativo es más importante que el resultado?
-El resultado final es muy importante, pero es la propia pintura la que te dice cuándo parar. De repente, te das cuenta de que si sigues vas a hacer un desastre. Aunque cuanto más pintas, más difícil resulta, porque crees que entiendes el proceso, y en realidad solo existen los principios. En la música, en cambio, quien te dice cuando parar es el dinero.