Apenas tenía nueve años eran las fiestas de Agosto , mis primos y yo corríamos como el viento por las callejas del pueblo persiguiendo chiquillas voladoras, los mozos nos ofrecían cigarros vino y coñac y yo fumaba y bebía para demostrar y demostrarme que ya era todo un hombre. Aquella mañana había sido especialmente movida, recuerdo el paquete de bisonte arrugado entre mis manos como un trofeo a mi hombría mientras el mundo se desvanecía en mi cabeza, apenas me dio tiempo a llegar a casa mareado y cetrino a tal extremo que me llevaron a la cama y no amanecí hasta el día siguiente, acababa de conocer a una amante que me acompañaría durante años de catre en catre sin preguntas ni reproches. Terminaron las vacaciones y regresé a casa, el verano dejó paso al otoño, y un día de invierno, me encontré sentado en rellano de la escalera sin resuello buscando un soplo de aire desesperadamente, había empezado mi calvario. Durante años, fui un apestado, no podía correr como los otros niños, me pasaba las horas sentado en una butaca escuchando música y temiendo que llegara la noche donde me esperaba una lucha cuerpo a cuerpo con el asma, una amante que me guardó fidelidad durante años. Los médicos diagnosticaron bronquitis, durante meses recibí diariamente una inyección de antibióticos con aceite que aparte de dejarme el culo como un alfiletero no servía absolutamente para nada. Pasaban los meses y cada vez peor, me borraron de natación, porque según los médicos no me secaba bien e iba todo el día empapado, siempre era mi culpa, me sentía víctima y verdugo de mi mismo, llegué a fingir que estaba bien y a esconder mi angustia con tal de no sentirme acusado de mi propia desgracia, fueron unos años duros, pero que me enseñaron a sobreponerme y a comprender la raíz del sufrimiento. Un día, el dentista familiar hablando con mi padre, le aseguró que mi problema era el clima de Barcelona, la humedad y los humos eran la causa de mi enfermedad y que la solución era internarme en un colegio en mitad del bosque donde el aire puro y el aroma de los pinos purificarían mis pulmones, año y medio en un colegio religioso separado de mis padres y mis amigos solo sirvieron para hacerme sentir culpable de todos los males del mundo y a temer a la mujer hasta el punto de esconder la mirada cada vez que me cruzaba con una. Es asma se batía en retirada pero no se daba por vencida, salí del colegio cargado de prejuicios, miedos y traumas pero seguía compartiendo el lecho con mi fiel amiga. Una tarde, una vecina, me recomendó unas pastillas que según ellas eran "mano de santo", como no tenía nada que perder, compre un frasco y tome un comprimido.... aquella noche dormí como hacía años no recordaba, al día siguiente hasta me permití correr con los amigos, por un momento creí en los milagros. Lo que no habían conseguido los médicos lo consiguió una señora casi analfabeta a la que nunca podré agradecerle todo lo que hizo por mí .Pasaron los años y gracias a las pastillas hacía una vida normal pero sabía que era un adicto, no podía vivir sin ellas y si un día me faltaban, mi vieja amiga volvía a tomarme en sus garras .Un buen día leímos algo sobre el asma alérgica y Gloria me animó a visitar a un alergólogo, unas semanas de pruebas y me preparó una vacuna que me liberaría del asma para siempre, durante dos años, una inyección diaria que yo mismo me administraba, hasta que el fantasma se fue alejando de mi vida para no volver. En mi casa materna teníamos un taller de confección de mantelerías, allí cosíamos, y confeccionábamos manteles sábanas y servilletas cargadas de aprestos y almidón que llenaban la casa de ácaros, ningún médico supo ver cuál era la causa de mi condena y durante años me creí culpable de mi enfermedad cuando tan solo era una víctima de la ignorancia y de la desidia. Cuento esto para que nadie se sienta culpable por estar enfermo, vivimos en una sociedad competitiva en la que solo sobreviven los más fuertes y los enfermos y los débiles somos rémoras de un sistema explotador e inhumano, un sistema que nos hace sentirnos culpables de las enfermedades que él mismo nos causa. No perdamos jamás la esperanza, un día amanecerá para este colectivo atormentado y despreciado y ese día está a la vuelta de la esquina, esperémoslo con las manos abiertas y con la cabeza bien alta.