España ha sido desde siempre, un país huérfano de libertades. Siglos de monarquías absolutistas, cuartelazos y dictaduras, han configurado un carácter más próximo al vasallaje que a la ciudadanía. Somos un pueblo descontento, que protesta en voz baja pero calla en voz alta, un país que espera que el gobierno nos lo de todo hecho y que desdeña responsabilidades en la gestión de la política activa.
España tenía la oportunidad de estrenar una democracia con el pueblo volcado en su defensa, una juventud comprometida y unos activistas políticos bregados en la lucha antifranquista nos daban una mano ganadora, pero algo falló desde el principio.
La democracia se sostiene en tres pilares, la justicia, la enseñanza y el bienestar social, entendiendo dentro de este concepto el derecho a una vivienda y a una sanidad digna y acorde a nuestro nivel económico como país, pero “los señores de la tierra” no podían dejar escapar pastel tan suculento.
La justicia ha sido endémicamente la cenicienta de nuestra administración, lenta burocratizada y carente de medios. Si quieres una garantía procesal, búscate un gabinete de prestigio, muchos jueces se cuadran cuando ven aparecer al letrado que en lugar de toga, luce una brillante aureola.
La enseñanza, si bien en los primeros años vivió un resurgir esperanzador, poco a poco fue víctima de los intereses económicos, con diversas estratagemas y artimañas se favoreció descaradamente a la escuela concertada sobre la pública, convirtiendo a muchas escuelas e institutos, en auténticos guetos.
El llamado “Estado del bienestar”, nació tullido desde el momento en que la vivienda se dejó totalmente en manos de la iniciativa privada. En las grandes ciudades era imposible encontrar un piso de protección oficial, y las inmobiliarias hicieron su agosto inflando precios ante una demanda indefensa y entregada. El estado debió haber primado la construcción de pisos asequibles y dignos en gran escala, dejando el mercado libre para aquellos que quisieran accedes a residencias de alto standing, pero los propietarios de terrenos y las constructoras se llevaron la parte del león, dejando tan solo los despojos.
La seguridad social, un engendro franquista ineficaz y anquilosado, debió ser derruida y levantada de nuevo, pero la clase médica y el alto funcionariado no estaban por la labor así que se optó por ir parcheando el globo y esperar que no reventara antes de tiempo, las clases medias optaron por la medicina privada mediante mutuas o igualas para escapar de las colas y esperas interminables a que les condenaba el sistema público.
Han pasado cuarenta años y el sistema ha entrado en una crisis profunda, la clase política corrupta y desprestigiada, el capitalismo en bancarrota y la ciudadanía buscando culpables sin mirarse al espejo.
Estamos en un callejón sin salida, o tiramos las paredes a patadas, o nos quedamos encajonados en la miseria, porque llegado a este punto, no se puede volver atrás.