Empezó de aprendiz en un taller de electricidad, tenía solo catorce años, un año limpiando el lavabo, haciendo recados y aprendiendo el oficio en horas perdidas.
A los quince cobró su primer sueldo, ¡Que alegría poder entregar esos cuatro duros a la madre!,… en aquel momento tuvo conciencia de ser un hombre.
Trabajó once horas diarias por un sueldo de miseria hasta cumplir el servicio militar, entregaba en su casa el sobre completo, y sus padres le daban una pequeña asignación para los gastos.
Cuando se licenció encontró un buen trabajo, era un operario especializado, trabajador y muy eficiente, pronto fue ascendido a encargado y el salario empezó a ser suficente.
Estudiaba en la escuela nocturna, mientras sus amigos se iban de juerga, él se quedaba preparando los exámenes, a los dos años obtuvo el título de maestría industrial.
Un domingo, conoció a una chica, menuda, tímida, con una mirada dulce que le hechizó el corazón, se hicieron novios y pronto planearon crear un hogar.
Trabajaba doce horas diarias para ahorrar la entrada de un piso, apenas gastaban, los fines de semana salían a pasear por el parque, y en verano tomaban el sol en la playa, a los cuatro años se casaron.
Un amigo le propuso montar un negocio, a pesar del riesgo se decidió y crearon una empresa de instalaciones, pronto necesitaron ayuda y contrataron a otro especialista para cumplir con los clientes.
Las cosas le iban bien, llegaron a tener diez trabajadores y el piso iba pagándose poco a poco, su vida familiar era apacible, no tenían hijos, pero nunca se sintió desdichado por ello. Con el tiempo compraron una casita en la playa para retirarse
cuando fueran mayores.
Un día, ella cayó enferma, todo fue muy rápido. En unas semanas la enterró en su pueblo natal y se concentró en el negocio. Trabajaba de sol a sol, sin que nada ni nadie le importara, la empresa se convirtió en toda su vida.
Hace un año, comenzó la crisis, sus dos clientes más importantes empezaron a retrasarle pagos, había comprado nueva maquinaria y necesitaba hacer frente a las letras, así que hipotecó el piso y el chalet, con ese dinero pudo pagar a sus
proveedores y seguir adelante.
Pero hace seis meses, su principal cliente se declaró en quiebra, le dejó a deber seis meses de trabajo y todos los materiales que él había adelantado.
Intentó renovar el crédito, pero todo fue inútil, el banco, ejecutó el embargo y las deudas con los trabajadores, hacienda y seguridad social acabaron con su patrimonio, el piso fue subastado y el se vio de buenas a primeras en la calle.
¡Cuantas veces le habían aconsejado que transformara su empresa en S.L.!, pero él no quería complicaciones, confiaba en si mismo y en sus clientes.
Ahora vive en un banco del parque, cada día se asea en la fuente y sale a recorrer el vía crucis, tiene cincuenta y ocho años y sabe que es casi imposible encontrar un trabajo, pero no desiste, planifica diariamente sus visitas y mientras tomamos una cerveza, redacta curriculums que luego le envío por internet.
Se niega a ir a los albergues porque no se considera un indigente, va sobreviviendo con unos ahorrillos que tenía bajo de la cama, a veces hace alguna chapuza para alguien conocido lo que le ayuda a mantener su autoestima, le he ofrecido mi ayuda, pero sé que nunca la aceptará.
Ayer, mientras una lagrima furtiva se deslizaba por su mejilla, me confesó -¡Suerte que Ana, no ha tenido que pasar por esto!, ella no lo hubiera resistido… Ni yo tampoco.
Se levantó de la mesa, y me dió un abrazo, una corriente me sacudió la columna…
Este mediodía he ido a buscarle a la plaza, y no le he encontrado. Escribo desde la terraza donde nos reunimos desde hace años para tomar unas tapas, es la primera vez que no aparece sin dejar aviso, hace tres horas que le espero y el frio y el miedo me están empezando a helar el corazón.
Jose Luis Posa