Se levantó con dolor de cabeza y un ligero mareo, se puso el termómetro y marcó 37.50, por un momento pensó en llamar al despacho y avisar que tenía que ir al médico, pero necesitaba el sueldo integro y no podía permitirse el lujo de perder una jornada de trabajo. Al día siguiente no mejoró, seguía con los mismos síntomas pero pensó que ya los superaría, no podía asumir una baja que le supondría perder la mitad del salario, así que continuó asistiendo a la oficina hasta que el cuarto día no pudo levantarse, un tremendo ataque de tos angustioso y desgarrador le rompía la garganta y los pulmones, en cada acceso estaba a punto de perder el conocimiento, llamó a urgencias y el diagnostico fue tajante, sufría una tos ferina aguda en fase avanzada. Lo primero que le reprocho el médico, fue porqué no había ido a visitarse desde el principio, unos antibióticos en la primera fase y unos días de reposo hubieran impedido el desarrollo de la enfermedad, además era extremadamente contagiosa, y todas las personas con las que hubiera estado en contacto corrían el riesgo de contagio.
El resultado final de esta política sanitaria draconiana, fue, un mes de baja para ella con unos accesos de tos desgarradores, y una pandemia en la oficina, cuatro personas tuvieron que ser atendidas en urgencias por haber adquirido la enfermedad, el despacho quedó prácticamente bloqueado con el consiguiente perjuicio económico a corto y largo plazo. Un problema que con cuatro días de reposo se hubieses solventado degeneró en una epidemia cuyo alcance aun no se ha podido evaluar.
El hundimiento de la sanidad pública y la cobertura social supone un deterioro de la salud y la calidad de vida de millones de personas, y la expansión de enfermedades que se creían controladas, un error que pagaremos muy caro, pero que pagaremos los mismos de siempre.
JUANMAROMO