Vivía en un país donde nunca se ponía el sol, los días eran luminosos e interminables. El campo siempre estaba florido, y los pájaros cantaban con júbilo a la madre naturaleza. Las fuentes brotaban de entre las piedras y los ríos saciaban la tierra con sus aguas cristalinas. Nunca hacía frío, la temperatura era primaveral y los frutos maduraban generosos al alcance de su mano. Un día montó su caballo y se dirigió camino adelante hacia el pueblo cercano, pero al cabo de un trecho, le invadió un extraño letargo y se quedó dormido.
Al despertar todo eran tinieblas, el sol había desaparecido del cielo y la oscuridad se apoderaba de todo, se sintió aterrorizado y se refugió en una cueva. Al cabo de unas horas, asomó la cabeza y lo que vio le dejo maravillado. El cielo, siempre azul y deslumbrante, era negro como el azabache, pero miles de luces parpadeantes tejían un tapiz de increíble belleza. El sol había palidecido y ahora era plateado, no sabía por qué, pero le parecía que era el rostro de un mujer, el silencio era absoluto, hasta podía escuchar su corazón, solo de vez en cuando algún sonido le demostraba que no seguía conservando el oído. Al principio sintió frío, pero luego le pareció que aquella era la temperatura ideal, se tumbó sobre un césped perfumado y se quedó dormido.
Nadie sabe las horas que permaneció entre sueños, abrió los ojos y tomó un sendero que le condujo hacia un río de riberas plateadas, se desnudó, y se dejó acariciar por sus aguas transparentes donde se reflejaban los luceros, sintió que deseaba quedarse allí para siempre.
Fueron cambiando las lunas y se sentía cada vez más a gusto, pero poco a poco empezó a añorar el sol, y los dorados trigales, hasta que decidió tomas su caballo y visitar sus antiguas tierras. Al igual que sucedió la primera vez, al poco, se quedó dormido y al despertar estaba en la tierra de Helios. Los campos se teñían de flores y el cálido sol acariciaba su piel, corrió por el bosque hasta caer agotado, estaba de nuevo en casa y su mundo le pareció maravilloso. El tiempo discurría mansamente entre tanta abundancia pero de pronto decidió visitar el reino de la noche, montó su caballo, mas a pesar de trotar primero y galopar después, acabó agotado sin que el sol dejase de perseguirle. Descansó por unas horas y retomó el sendero, pero todo fue inútil, apenas le quedaban fuerzas, buscó una cueva y se quedó profundamente dormido. Entonces soñó que una hermosa bruja se le aparecía, con voz pausada, pero profunda le dijo "Has conocido las dos caras de la vida, pero no puedes quedarte a vivir en ambas , debes elegir, y esa elección será para siempre".
Se despertó sobresaltado y lloró desesperadamente, quería vivir en su mundo, pero ya no podía dejar de soñar con aquel cielo cuajado de estrellas, con ese silencio y esa luz espectral que le transportaba al país de los sueños. ¡Señor, rogó, jamás te he pedido nada, has sido generoso conmigo, me has dado la mejor de las tierras y me has regalado el paraíso, pero ahora he conocido otros lares y ya no puedo vivir tan solo en uno, déjame compartir ambas vidas, déjame reencontrarme de nuevo y juro que ya nunca te pediré nada más. De repente, negros nubarrones arrasaron el cielo , rayos y truenos desgarraron el espacio y una lluvia de fuego se cebó sobre la tierra, un huracán de justicia barrió los cielos y la calma se posó de nuevo sobre los campos... en ese mismo momento, el sol comenzó a peregrinar hacia poniente.