Tengo la amarga
sensación de que todo lo que está ocurriendo en nuestra sociedad no es producto
del azar, ni del ciclo económico ni tan siquiera de la avaricia de los
poderosos, creo que lo que está destruyendo el sistema es la podredumbre de
valores y principios. Una cultura se basa en una ideología y en unas
convicciones, sólo si estas permanece firmes, se puede legislar, gobernar y educar. El pueblo, los ciudadanos,
los hijos, no obedecen por miedo, respetan las normas porque saben que son las guías
que les conducen por la vida, miran al frente y ven a sus jefes, sus
presidentes, sus padres cumplir con las leyes e intentar impartir su mandato
con justicia.
Hubo un tiempo en que nuestro país se apuntaló sobre la religión,
la represión y el terror al estado, no éramos ciudadanos, éramos súbditos,
carne de cañón del nazionalcatolicismo que nos arrincono en las cavernas
durante cuarenta años.
A la muerte del dictador, se abrió una puerta a la esperanza,
las ventanas de par en par aventaron tabúes y prejuicios, dogmas y esclavitudes, pero nadie se preocupo en
llenar este vacío, la sociedad quedó indefensa ante el capitalismo, huérfana de
ética y sabiduría, y cuando se derrumbó el comunismo, los depredadores cayeron
en tromba sobre el rebaño.
Era "La isla de los juegos" , todo
estaba permitido, todo era gratis, se amordazó a los
"Pepitos Grillos" y los voceras del sistema sonaban a música
celestial, todos éramos financieros y el maná caía del cielo en forma de euros.
Hace años que terminó la fiesta, pero ahora nos toca pagar
los platos rotos, arreglar los destrozos y superar una resaca que nos hace
reventar la cabeza, mientras los croupiers cuentan las fichas y se reparten los
dividendos de la orgía.
Ya no nos queda nada, ni dinero, ni dignidad ni principios, aceptaremos
limosnas, venderemos a nuestro hermano y pactaremos con el mismo diablo con tal
de no perder ese plato de lentejas podridas que compramos con nuestra sangre. Quiero
pensar que todo es una pesadilla, que cuando despierte habrá amanecido un nuevo
día, pero me temo que El Gran hermano se ha infiltrado hasta en nuestros
sueños, y ya no podremos ni soñar en paz.
JUANMAROMO