El 26 de abril de 1986, durante una prueba en la que se simulaba un corte de suministro eléctrico, un aumento de potencia en un reactor de la central nuclear de Chernóbil provocó la explosión del hidrógeno acumulado en su interior. La cantidad de materiales radioactivos que se liberaron fue unas 500 veces mayor que los liberados por la bomba atómica arrojada en Hiroshima en 1945. Dos empleados de la planta murieron esa misma noche y 31 en los 3 meses siguientes. En total, 600.000 personas recibieron dosis de radiación por los trabajos de descontaminación posteriores al accidente. Entre esos trabajos estaba el de varios helicópteros que, durante 14 días consecutivos, vertieron 5.000 toneladas de distintos materiales sobre los restos del reactor. Evidentemente, estas maniobras requerían que los helicópteros se posicionaran directamente sobre el núcleo que emitía niveles de radiación extremos. En uno de esos helicópteros iba Anatoly Grishchenko, quien realizó más de 40 vuelos sobre Chernóbil. En cada viaje se exponía a una dosis letal de radiación, y él lo sabía. Murió de leucemia, unos meses después en un hospital de Seattle. Como él, 600 tripulantes de la aviación soviética entregaron su vida para evitar que los niños que ustedes ven en las fotos no fueran miles y miles. Y es que gracias a su trabajo se consiguió evitar una segunda explosión que podría haber dejado inhabitable a toda Europa. En Fukushima, los vuelos con helicóptero ya han empezado. Y no sólo eso, actualmente hay unos 50 trabajadores -denominados “liquidadores”- dentro de la central intentando controlar el desastre. Estas 50 personas saben que van a morir y en cambio ahí les tienen, intentando salvar millones de vidas. Hoy quería acordarme de esos otros de los que nunca nos acordamos. De esos otros que, aun sabiendo que van a morir, deciden olvidar su propia individualidad y se dedican a luchar por nuestras vidas. . P.D.: Lo más triste de todo es que, ahora, viendo la situación de Japón uno se pregunta si la vida de aquellas personas que murieron en Chernóbil ha servido para algo. Y es que siempre habrá un terremoto, una negligencia, un tornado, un accidente… ¿Por qué no paramos en su momento? Sí, quizás hoy en día no haya una alternativa viable a la energía atómica, o quizás no haya interesado buscarla, o quizás haya demasiados intereses por medio… les invito a leer esto: Wikileaks desvela la corrupción en la energía nuclear.
. La foto la he tomado prestada de aquí.
Poesía puede ser ese clavo ardiente al que nos asimos para no caer en la desesperación, puede ser la ventana por donde vislumbramos ocasos y amaneceres, tormentas y estertores. Cada poema es un parto largo y doloroso que a veces acaba en aborto. Cuando el poeta escribe el primer verso, el poema toma vida, escapa de su control, y le convierte en un médium mediante el cual la poesía se encarna y cobra vida.
Al igual que los hijos, nuestros versos no nos pertenecen, crecen y evolucionan en el corazón de los lectores y cada uno de ellos los ama de un modo distinto, el propio autor, a veces reniega de su obra o no la reconoce como suya, la poesía es vida y como tal, volátil e imprevisible.
Un poema debe ser un aldabonazo en el corazón de quien lo lee, una sacudida que remueva los cimientos del alma, que nos robe el aliento por un instante. La poesía es algo sublime, es la etérea belleza, el sentimiento encerrado entre palabras que pugna por escapar de su celda.
Cualquiera pude escribir versos, los libros están repletos de versos, pero la poesía es la esencia de la vida, el grial que buscamos los poetas y raramente encontramos, porque la poesía está por todas partes, en los ojos de un niño, en el surco de una lágrima, en la profunda mirada de la mujer, pero levanta el vuelo cual rauda mariposa cuando intentamos capturarla, y si logramos cazarla en nuestra red, dejará de ser poesía viva, para convertirse en un trofeo clavado en una cuartilla.
Dejemos que la poesía siga libre, gocémosla en la mujer embarazada, en el llanto primigenio del recién nacido, en la mirada perdida del anciano, dejemos que salte de corazón en corazón, que libe lo mejor de cada alma, porque solo así podremos disfrutar de su belleza, y sentir como de vez en cuando, se posa sobre nuestro rostro y nos besa dulcemente los ojos.
Lo más estimulante para un entrevistador es encontrar gente que piense por sí misma, que cuestione, que nos regale material sobre el que pensar... Peteiro reivindica el papel de la ciencia como búsqueda de conocimiento y descree de esa moda de dar a todo acto humano una explicación hormonal. Nos recuerda la importancia de la relación médico- paciente por encima de los protocolos, y nos advierte de la tendencia a medicalizarlo todo. Le entristece el ombliguismo de muchos hospitales, esa idea de que si algo no se cura aquí, no se cura en ningún sitio: ¿Hay que relacionarse con otros hospitales del mundo¿. De todo ello ha hablado en la Biblioteca del Camp Freudià de Barcelona.
¿El cientificismo es la nueva fe atea? Vamos hacia ahí. Todo empezó con el código genético y la transformación de la materia viva, que nos llevó a creer que una vez que tenemos un gen y sabemos lo que hace podremos corregirlo.
¿Falso? En el ADN no hay una relación causa-efecto como se creía hace años; las partes influyen en el todo y el todo en las partes. Su complejidad es fabulosa, y mantener frente a eso un reduccionismo ingenuo es absurdo; por ejemplo, cuando nos dicen que se ha descubierto el gen de la homosexualidad.
O el gen de Dios. Una cosa es divulgar ciencia y otra, ciencia y creencia. Decir que nos enamoramos porque la dopamina sube es una estupidez. Enamorarse es más complejo que un subidón de dopamina. Afirmarlo es una tontería con consecuencias trágicas porque se asume, por ejemplo, que la depresión es una carencia de determinados neurotransmisores cuando eso es una mera hipótesis.
Entiendo. Entonces a la gente le recetan antidepresivos para dar y tomar, cuando su eficacia es altamente dudosa.
Tranquiliza saber que no todas nuestras decisiones las toman las hormonas. Parece que si pudiéramos medir los niveles de dopamina, serotonina y vasopresina, podríamos saber si una persona va a tener una estabilidad de pareja determinada.
Pero hay un correlato. Una cosa es que, a la vez que uno vive, haya cambios en los neurotransmisores y las hormonas, y otra, ver ahí la clave de todo, un reduccionismo molecular de lo propiamente humano que es ingenuo y dañino.
En EE.UU. ya se hacen entrevistas de trabajo con parámetros de este tipo. La obsesión por medirlo todo conduce a los test psicométricos, y recientemente, al análisis de imagen cerebral. Ya ha habido casos en juicios en los que se han presentado mapas de imagen cerebral para esgrimir que la persona no ha sido responsable de sus actos o al revés. Hay una tendencia a biologizar.
Hay genes que se han asociado a un comportamiento violento. Sí, y es muy peligroso, si yo tengo unos genes de riesgo físico o psíquico, nadie me va a contratar. Además, son teorías que años después se desmontan, como vimos con la de los cromosomas XYY de los asesinos.
¿Cuál es el problema de la medicina? Ha avanzado mucho en técnica, sobre todo diagnóstica. El poder de la imagen es extraordinario, pero la relación médico-paciente no puede ser sustituida por una robotización. Y hay algo que puede ser nefasto.
Cuénteme. Caminamos hacia una medicina por protocolos y hacia una sociedad de enfermos, porque lo que antes era normal –ahora siguiendo el esquema de salud que auspició la OMS–, ha pasado a ser enfermedad. Según ese esquema, nadie está sano: un adolescente por ser adolescente, una persona mayor, por ser mayor; algo absurdo.
… Es decir, lo estamos medicalizando todo. Si no estamos enfermos, estamos en riesgo de estarlo, con lo cual hay que tratar ese riesgo, sea el colesterol, el azúcar, la tensión, el sol, o lo que sea. Vivimos en un mundo en el que parece que sea casi milagroso que vivamos, ¿y eso qué lo favorece?
El negocio. Evidentemente, hay un peso de las farmacéuticas, pero también la medicina está dirigida por las grandes empresas diagnósticas, de imagen, de análisis, que son necesarias, pero hay asociado a ese carácter técnico una obsesión por cuantificarlo todo.
¿A qué se refiere? No es que un niño tenga un carácter u otro, hay que hacer test. Si te encuentras en plena forma, no importa, hay que medir el colesterol, y si está por debajo de una cifra –que cada vez ponen más baja–, hay que tomar un medicamento de por vida.
¿Qué ocurre con la investigación? Antes los científicos buscaban conocer, ¿pero qué es hoy en día un científico?... Un profesional de la ciencia, lo que significa vivir de eso, es decir, publicar o patentar, ser un productor, no un buscador.
No apartarte del camino. No se premia la originalidad, los proyectos son memorias finales, pero sin los resultados. Para que un proyecto se financie tiene que ser realizable, pero eso no es ciencia.
La ciencia es partir de una incógnita. Sí. Hemos pasado de la investigación revolucionaria, como fue la de Einstein, que buscaba el conocimiento por el conocimiento –y precisamente por no buscar nada a veces encontraban grandes cosas–, a una investigación de tipo incremental, es decir, paso a paso, publicación tras publicación.
¿Ahora hay menos sabiduría? Sabe más un científico actual de lo que sabía Aristóteles, pero no es más sabio.
¿Qué ha aprendido humanamente en el ejercicio de su profesión? He visto que cada vez la gente importa menos, con la apariencia de que importamos. Vivimos un higienismo estúpido, ahora los fumadores son como leprosos a la vez que coexisten con el botellón, que está destruyendo y enajenando a la juventud, de manera que es cómoda para este sistema básicamente mercantil. Esencialmente, he visto el desprecio a la persona, al ser humano.
Se encuentra en el fondo de una caja donde se amontonan fotos desteñidas, cromos arrugados, cartas, postales y posavasos amarillentos. En la oscuridad, sigue luciendo los mismos colores brillantes. Un sol rojo sobre un fondo amarillo y una amplia y simpática sonrisa. ¿Nucleares? No, gracias, clama el lema que lo rodea. Y lo grita con la misma fuerza que cuando la chapa se prendía en las chaquetas de pana y las camisetas de los años 80. Esos días en que todo parecía posible. Con los años, la chapa pasó de las solapas al fondo de la caja de las utopías. Y ahí quedó desterrada, junto con la gorra del Che y un poema de Neruda. Durante este tiempo nos quisieron convencer, o lo consiguieron, de que la energía nuclear era la alternativa. Inacabable, frente a la carestía del petróleo. Barata, frente a lo costoso de las energías renovables. Y se garantizaba que la tecnología había conseguido dotarla de su tercera y definitiva virtud: la seguridad. Definitivamente, la chapa parecía haber encontrado su sitio. Una quimera más para el olvido. Otra equivocación.
Pero la realidad, a veces, encuentra caminos terribles para hacerse oír. Hoy, Japón nos obliga a reflexionar y, quizá, a rebuscar en la caja olvidada. Desde allí, Neruda revela: «Ay la mentira que vivimos fue el pan nuestro de cada día. Señores del siglo veintiuno, es necesario que se sepa lo que nosotros no supimos…»
"Nunca tantos debieron tanto a tan pocos". Esta frase Acuñada por Churchill cobra en estos días la magnitud de una epopeya. Cincuenta hombres están quemando sus vidas para salvar la de miles de personas, cincuenta hombres luchan contra la desesperación y el infortunio en medio del infierno. Estos Kamikaze, son los que me devuelven la fe en el ser humano, personas capaces de entregarlo todo por el bien de su pueblo, y en este caso, por el bien de la humanidad. No buscan medallas, ni ascensos, son conscientes que de ellos depende la suerte de su país y no dudan en mantenerse en su puesto aunque ello les suponga la enfermedad o la muerte.
El heroísmo de estos hombres es de un enorme valor simbólico, no se juegan la vida en un momento de locura o desesperación, lo hacen en plena lucidez y sabiendo que quizás las secuelas de sus actos les acompañen durante el resto de su vida.
Cuando veo a los especuladores enriqueciéndose con la ruina , maquinando en la bolsa a costa de un pueblo que sufre la peor de sus tragedias mientras la población da un ejemplo de civismo y solidaridad, no puedo por menos que vomitar mi asco por todos ellos.
Los auténticos héroes no son los que mueren matando si no los que salvan vidas aun a riesgo de la suya. Cuando termine esta pesadilla, la humanidad tendría que levantar un monumento a este puñado de hombres que pasarán a la historia como un ejemplo de lo que debería ser nuestra sociedad y nuestro mundo.
Ruego a quien pueda escucharme, que les proteja y les guie el resto de sus vidas, mi corazón, mi admiración y mi agradecimiento siempre estarán con ellos.
Tras el desastre nuclear en Japón, se han levantado multitud de voces airadas exigiendo el cierre de las nucleares, es una reacción lógica pero el tema es mucho más complicado de lo que parece. En la actualidad solo hay tres fuentes de energía eléctrica que sean rentables y de producción constante, la térmica de carbón, la producida por el petróleo y la nuclear. Las centrales térmicas son altamente contaminantes y están subvencionadas por la UE ya que su producción no es rentable económicamente, las centrales movidas a base de los derivados de petróleo, siempre expuestas a los avatares sociopolíticos y a los especuladores, además de la continua amenaza del agotamiento de las reservas, y por último la energía nuclear, en teoría la más rentable a largo plazo porque el uranio es relativamente abundante y no hay una dependencia de países conflictivos. La energía hidráulica es puramente reguladora de flujos, la eólica es todavía muy cara y debe ser subvencionada por los estados para ser operativa, y la solar que además de cara es de una producción limitada. Si los esfuerzos que se han hecho los últimos cinco años, se hubieran realizado hace veinticinco, a estas alturas el 80% de la producción podría generarse por energias renovables, pero por desgracia, no ha sido el caso, se calcula que se tardarán más de veinte años en conseguir una producción energética constante y rentable mediante la centrales eólicas o solares, ¿Qué hacemos mientras tanto? Si queremos eliminar las centrales nucleares, la única solución realista es consumir de menos todo lo que estas producen, es decir más de 15% de la energía, ¿es posible hacerlo? y lo más importante, ¿estamos dispuestos a hacerlo?. Se sabe que con una política energética adecuada, podríamos ahorrar en cada hogar más del 20% pero pese a los intentos de mentalización y las subidas de los precios, el consumo de los particulares continúa en ascenso. La sustitución del alumbrado público y su adecuación supondrían también un ahorro importante, pero pocos ayuntamientos están en condiciones de asumir el coste que supone una renovación del parque luminario, de hecho, la bajada de intensidad de la iluminación en las calles a ocasionado protestas ciudadanas. Solo una toma de postura seria y comprometida por parte de toda la sociedad nos permitirá eliminar la centrales nucleares, un cambio de mentalidad que suponga un ahorro global de un 20% del consumo. ¿Estamos dispuestos a hacerlo?. Cada vez que los ayuntamientos intentan imponer medidas para impedir la invasión de las ciudades por el automóvil, en previsión de la contaminación ambiental y el colapso circulatorio, se enfrentan con la oposición ciudadana, y dado que quien vota manda (en algunos casos) no se atreven a ponerlas en práctica o las retiran a poco de anunciarlas.
Pedir el cierre de las nucleares sin estar dispuestos a apagar las pantallas de 42 pulgadas, a limitar el uso del aire acondicionado, a controlar los teléfonos móviles y ordenadores, a reducir la calefacción y a utilizar solamente el transporte público, es patalear sobre arenas movedizas. La solución es posible pero hay que tomar unas medidas drásticas que quizás no estemos dispuestos a admitir. JUANMAROMO
En los últimos tiempos, se están desarrollando enfermedades que hasta hace unos años eran anecdóticas. Conforme erradicamos plagas como el cólera, la peste o la viruela, aparecen otras aún más virulentas si cabe. El sida, el cáncer, la leucemia se han disparado en los últimos años de tal manera que uno de cada seis habitantes del mundo occidental contraerá en algún momento alguna de estas afecciones. Hasta el siglo pasado, a pesar del elevado indice de mortalidad, los niños que superaban la adolescencia, tenían casi asegurada una juventud sana si lograban esquivar la tuberculosis y algunas formas virulentas de gripe. Con la llegada de los antibióticos, las plagas bacterianas fueron prácticamente erradicadas de la sociedad moderna, la vacunas, la higiene y la alimentación hicieron descender drásticamente la mortalidad infantil, pero de un tiermpo a esta parte, un nuevo tipo de peste se está cebando en nuestros jóvenes.
Dejando a parte el Sida, un síndrome muy controvertido y del que cada día se genera más discrepancia a nivel médico y científico, nos encontramos con que el índice de afectados por cánceres, leucemias o linfomas se ha multiplicado por diez en los últimos decenios. ¿A que se debe la eclosión tan disparatada de este tipo de afecciones?. Está claro, y a pesar de que por razones obvias, nadie ha realizado un estudio científico a nivel mundial, que la explosión de Chernobyl, ocasióno una contaminación radioactiva de tal magnitud, que en los años posteriores, millones de personas residentes incluso a miles de Kilómetros de la URSS se vieron afectadas por la nube letal que llegó hasta el norte de Africa.
El uso intensivo y desproporcionado de electrodomésticos y terminales que generan microondas y radiaciónes en todo el espectro, como los teléfonos móviles, la wifi o los monitores informáticos, tiene mucho que ver en esa nueva plaga. Las señales procedentes de las antenas o de los cables de alta tensión, interactuan con el código genético de las células del organismo, pudiendo llegar a producir mutaciones que degenerarán en cancer o tumores malignos, así mismo atácan a la médula donde se generan las defensas del cuerpo, reprogramando sus códigos y generando leucemias y linfomas.
El uso incontrolado de transgénicos, pesticidas y piensos artificiales, así como la agricultura “de camara fria” y la ganaderia “estabularia”, nos han conducido a la paradoja de que la sociedad más obesa de la historia es la que está peor alimentada. Exceso de grasas, y carencia de oligoelementos, minerales y vitaminas naturales, contribuyen a bajar las defensas del organismo y hacernos más vulnerables a este tipo de ataques. Si completamos el cuadro con una sobredosis de stress, insatisfacción personal y carencias afectivas, tenemos todos los ingredientes para un cóctel emponzoñado del que todos bebemos a diario.
Purgamos como individuos los pecados que cometemos como especie, hemos envenenado el medio ambiente, destruido la capa de ozono y contaminado tierra, mar y aire. Los frutos de tal amarga cosecha, los estamos recolectando ahora, pero puede que nuestros hijos se lleven la peor parte.
Emma Riverola El escritor israelí Amos Oz, al recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, habló de una mujer. No de una en concreto, sino de la imagen de una mujer asomada a una ventana. Podía ser una mujer palestina o israelí. Desde la calle solo se distinguiría un rostro, pero si nos acercáramos a ella a través de las páginas de una novela, podríamos pasar al salón de su casa, visitar el cuarto de los niños, su dormitorio; conocer sus penas, sus alegrías y hasta sus sueños. Oz reivindicaba el papel de la literatura como puente entre pueblos, la imaginación del prójimo como un modo de inmunizarse contra el fanatismo.
El hombre que la noche del viernes pasado penetró en el hogar de una familia de colonos judíos y asesinó a los padres y a tres de sus hijos mientras dormían no sabía nada de los sueños de aquellas personas. Solo conocía su propia rabia y, quizá, su miedo. Las imágenes de esos cuerpos ensangrentados, incluida la del bebé de tres meses apuñalado junto al padre, han sido difundidas por el Ministerio de Información israelí «para mostrar al mundo con qué tipo de animales están tratando». Pero esas fotografías no hacen más que profundizar en la oscuridad. Los israelís y los palestinos lo saben todo de su propio odio y terror, pero solo ven en el otro el reflejo de su crueldad. Mientras, la mujer en la ventana, sea quien sea su dios, suplica un sueño de paz para sus hijos.
Nunca he creído en profecías ni en pronósticos apocalípticos, pero está claro que algo está sucediendo. Hay quien lo achaca a la era de Acuario hay quien da la razón al calendario Maya, pero sea como fuere, algo se está moviendo en el mundo a una velocidad nunca vista hasta ahora.
Siempre han habido cambios climáticos extremos, pero han tardado milenios en hacerse perceptibles, durante siglos los avances de la humanidad eran lentos y a veces regresivos, pero en el último siglo todo se ha disparado.
Quizás el detonante fue el descubrimiento de la electricidad. La máquina de vapor era ya conocida por los Griegos, pero la mano de obra barata no la hizo rentable hasta el comienzo de la revolución industrial.
La electricidad permitía generar y transmitir energía desde los más recónditos lugares, paisajes que habían permanecido aislados durante siglos, se convirtieron en asentamientos de presas y turbinas desde donde exportar electricidad a lugares lejanos. Durante milenios, se conocía el petróleo, de hecho, los Bizantinos defendieron Constantinopla de los Turcos a base un arma conocida como "fuego griego", un compuesto a base de nafta, pero la invención del motor de explosión cambió el signo de la historia.
La energía eólica que movía barcos y molinos, la animal, que mecanizaba la agricultura y el transporte y la humana que manipulaba la industria artesanal fueron barridas en pocos años por locomotoras, vapores, y máquinas de todo tipo que "liberaban" al hombre del trabajo duro. Pero la realidad es que fueron aprovechadas por los industriales y los poderosos para enriquecerse y aplastar a los movimientos sindicales.
La era industrial se basaba como las anteriores en la explotación del hombre por el hombre, pero la ciencia no conocía límites. El hombre empezó a creerse todopoderoso, socavó la tierra para extraerle minerales y la desangró con millones de pozos de petróleo, pero faltaba lo peor, descubrió como robarle la energía de su propia esencia, el átomo.
Desde sus orígenes la energía atómica fue genocida, tanto nazis como americanos se enzarzaron en una carrera contrarreloj por obtener la primera bomba nuclear, tuvimos suerte de fueran los asesinos más prudentes los primeros en alcanzarla, pero en Hiroshima y Nagasaki jamás olvidarán sus zarpazos.
Con la llegada de la guerra fría, se almacenaron arsenales capaces de destruir cien veces el planeta, era "el equilibrio del terror", durante decenios la humanidad vivió bajo la amenaza de una hecatombe nuclear, pero por otro lado había que dar una salida comercial al Uranio, un mineral relativamente abundante, que debía ser "enriquecido" para poder ser utilizado como combustible, y como siempre solo unos poco países tenían tecnología para el proceso, la pirámide del poder se hacía cada vez más alta y estrecha.
Se empezaron a construir centrales nucleares, según sus defensores era una energía barata y segura, y sobre todo nos liberaba de la dependencia energética, de nada sirvieron las protestas de los ecologistas ni los desastres de Harrisburg y Chernóbil, el planeta se vió invadido por cientos de generadores cuyos residuos, radioactivos durante milenios eran sepultados en sus entrañas.
Durante decenios hemos incendiado bosques, talado selvas y envenenado mares. Hemos explotado al resto de la humanidad y expoliado la tierra, pero hemos llegado al límite.
La temperatura global sube inexorablemente, los mares aumentan de nivel, los pueblos oprimidos se revelan y la tierra se estremece. ¿Es el principio del fin de la humanidad ? ¿Es el comienzo de una nueva era?.
La tragedia que está sucediendo en Japón debería hacernos recapacitar, nos hemos creído dioses cuando apenas somos unos pobres diablos, no hemos creído sabios cuando solo nuestro egoísmo es comparable a nuestra ignorancia. Formamos parte de un ser que nos ha dado la vida, si seguimos agrediendo a la madre tierra, tarde o temprano se librará de nosotros, y me temo que estamos muy cerca del límite.