No puedo decir que fuéramos a buscar al nuevo hijo, pero últimamente habíamos relajado al mínimo las medidas de seguridad, con lo cual la noticia no fue una sorpresa.
Tras la primera impresión, empezamos a sopesar los problemas que acarrearía, y a buscar las posibles soluciones. Como ya he comentado, teníamos un piso pequeño. Sesenta y cinco metros estaban bien para tres, pero ahora, Silvia debería compartir la habitación con su hermano o hermana. De momento era suficiente para los dos, pero en función del sexo y más tarde de la edad, seguro que tendríamos problemas..
Por aquel entonces, los permisos de maternidad eran nominales. Gloria decidió pedir una excedencia de un año sin sueldo para poder dedicarse a criar al recién llegado, no queríamos llevarlo a la guardería con tres meses, hicimos números, prescindimos de todo lo prescindible, y nos lanzamos a la aventura.
Fue una niña preciosa, Diana, una niña dulce, amorosa y tierna. Montamos su cunita en la habitación de Silvia y así se hacían compañía. Gloria se dedicó en cuerpo y alma a ellas, me consta que fue una de las mejores épocas de su vida.
Pasamos el año con un solo sueldo, pero como no teníamos letras ni gastos superfluos, pudimos mantener nuestra filosofía de vida, buena alimentación, y sobre todo un ambiente de amor y concordia para formar la personalidad de nuestras hijas. La biblioteca se iba enriqueciendo con los mejores clásicos y las más avanzadas obras de consulta, y la música, clásica, rock o folk no dejaba de sonar en nuestra casa.
Pronto hubo que cambiar el mobiliario de niñas, un mueble nido con una cama extensible, sirvió para tener a las pequeñas juntas en la misma habitación, justo al lado de la nuestra.
Ni que decir tiene que las mañanas del Domingo, eran la juerga continua, Silvia venia a nuetra cama a primera hora, y aquello se transformaba en un circo. Saltos cabriolas gritos peleas…Yo era más niño que ella y disfrutaba como un loco jugando como un crío.
No teníamos lujos, había que controlar férreamente el gasto, pero éramos felices, el hogar era nuestro refugio, el nido donde nuestras hijas crecían en un ambiente rodeado de amor y buen humor. Pasaron los años, y las niñas fueron creciendo. Nuestro viejo Seat 127 llegó a cumplir 15 años, pero nos llevaba a la playa en verano y al campo en invierno. Yo salía cada día de casa a las 6.15, y a Gloria le tocaba la dura faena de levantar, arreglar , llevarlas al colegio y poder llegar a la hora al trabajo a la hora, un trabajo agotador cuando los hijos se ponen enfermos, o sencillamente entran en ese periodo de rebeldía en el que todo les está mal y no les gusta nada de lo que les pones.
Por suerte el colegio estaba muy cerca de casa, un centro del ayuntamiento (siempre apoyamos la enseñanza pública), que por aquellos años funcionaba a la perfección, y donde aprendieron a relacionarse con todo tipo de niños y conocer de cerca la realidad de la vida. No fue un camino de rosas, pero sí de margaritas silvestres, de charcos enfangados, y de verdes praderas, de días a veces tormentosos y a veces soleados. Siempre procuramos que aprendieran que el esfuerzo es imprescindible para caminar, que el respeto es la base de las relaciones humanas, y que el dinero es solo un medio que no lo compra todo.
Y de pronto, llegó la adolescencia….