Vivía muchísimo tiempo hace, en la costa del
mar del Japón, un pescadorcito llamado Urashima,
amable muchacho, y muy listo con la caña y el anzuelo.
Cierto día salió a pescar en su barca; pero en vez
de coger un pez, ¿qué piensas que cogió? Pues bien:
cogió una grande tortuga con una concha muy recia
y una cara vieja, arrugada y fea, y un rabillo muy
raro. Bueno será que sepas una cosa, que sin duda
no sabes, y es que las tortugas viven mil años: al
menos las japonesas los viven.
Urashima, que no lo ignoraba. dijo para sí: «Un
pez me sabrá tan bien para la comida y quizá mejor
que la tortuga. ¿Para qué de he matar a este pobrecito
animal y privarle de que viva aún novecientos
noventa y nueve años? No, no quiero ser tan cruel.
Seguro estoy de que mi madre aprobará lo que ha
go.»Y, en efecto, echó la tortuga de nuevo en la
mar.
Poco después aconteció que Urashima se quedó
dormido en su barca. Era tiempo muy caluroso de
verano, cuando casi nadie se resiste al mediodía a
echar una siesta.
Apenas se durmió, salió del seno de las olas una
hermosa dama que entró en la barca y dijo:
-Yo soy la hija del dios del mar y vivo con mi
padre en el Palacio del Dragón, allende los mares.
No fue tortuga la que pescaste poco ha y tan generosamente
pusiste de nuevo en el agua en vez de
matarla. Era yo misma, enviada por mi padre, el
dios del mar, para ver si tú eras bueno o malo. Ahora,
como ya sabemos que eres bueno, un excelente
muchacho, que repugna toda crueldad, he venido
para llevarte conmigo. Si quieres, nos casaremos y
viviremos felizmente juntos, más de mil años, en el
Palacio del Dragón, allende los mares azules.
Tomó entonces Urashima un remo y la princesa
marina otro; y remaron, remaron, hasta arribar por
último al Palacio del Dragón, donde el dios de la
mar vivía e imperaba, como rey, sobre todos los
dragones, tortugas y peces. ¡Oh, qué sitio tan ameno
era aquél! Los muros del Palacio eran de coral; los
árboles tenían esmeraldas por hojas, y rubíes por
fruta; las escamas de los peces eran plata, y las colas
de los dragones, oro. Piensa en todo lo más bonito,
primoroso y luciente que viste en tu vida, ponlo
junto, y tal vez concebirás entonces lo que el Palacio
parecía. Y todo ello pertenecía a Urashima. Y ¿cómo
no, si era el yerno del dios de la mar y el marido
de la adorable princesa?
Allí vivieron dichosos más de tres años, paseando
todos los días por entre aquellos árboles con
hojas de esmeraldas y frutas de rubíes.
Pero una mañana dijo Urashima a su mujer:
-Muy contento y satisfecho estoy aquí. Necesito,
no obstante, volver a mi casa y ver a mi padre, a mi
madre, a mis hermanos y a mis hermanas. Déjame ir
por poco tiempo y pronto volveré. -No gusto de
que te vayas -contestó ella-. Mucho temo que te suceda
algo terrible; pero vete, pues así lo deseas y no
se puede evitar. Toma, con todo, esta caja, y cuida
mucho no abrirla. Si la abres a pesar de mi advertencia,
no lograrás nunca volver a verme.
Prometió Urashima tener mucho cuidado con la
caja y no abrirla por nada del mundo. Luego entró
en su barca, navegó mucho, y al fin desembarcó en
la costa de su país natal.
Pero ¿qué había ocurrido durante su ausencia?
¿Dónde estaba la choza de su padre? ¿Qué había
sido de la aldea en que solía vivir? Las montañas,
por cierto, estaban allí como antes; pero los árboles
habían sido cortados. El arroyuelo, que corría junto
a la choza de su padre, seguía corriendo, pero ya no
iban allí mujeres a lavar la ropa como antes. Portentoso
era que todo hubiese cambiado de tal suerte
en sólo tres años.
Acertó entonces a pasar un hombre por allí cerca
y Urashima le preguntó;- ¿Puedes decirme, te
ruego, dónde está la choza de Urashima, que se hallaba
aquí antes?
El hombre contestó: -¿Urashima? ¿Cómo preguntas
por él, si hace cuatrocientas años que desapareció
pescando? Su padre, su madre, sus
hermanos, los nietos de sus hermanos, ha siglos que
murieron. Esa es una historia muy antigua. Loco
debes de estar cuando buscas aún la tal choza. Hace
centenares de años que era escombros.
De súbito acudió a la mente de Urashima la idea
de que el Palacio del Dragón, allende los mares, con
sus muros de coral y su fruta de rubíes, y sus dragones
con colas de oro, había de ser parte del país de
las hadas, donde un día es más largo que un año en
este mundo, y que sus tres años en compañía de la
princesa habían sido cuatrocientos. De nada le valía,
pues, permanecer ya en su tierra, donde todos sus
parientes y amigos habían muerto y donde hasta su
propia aldea había desaparecido.
Con gran precipitación y atolondramiento pensó
entonces Urashima en volverse con su mujer, allende
los mares. Pero ¿cuál era el rumbo que debía seguir'.'
¿Quién se lo marcaría?
-Tal vez -caviló- si abro la caja que ella me dio,
descubra el secreto y. el camino que busco.
Así desobedeció las órdenes que le había dado la
princesa, o bien no las recordó en aquél momento,
por lo trastornado que estaba.
Como quiera que fuese, Urashima abrió la caja.
¿Y qué piensas que salió de allí? Salió una nube
blanca. que se fue flotando sobre el mar. Gritaba él
en balde a la nube que se parase. Entonces recordó
con tristeza lo que su mujer le había dicho de que,
después de haber abierto la caja, no habría ya medio
de que volviese al Palacio del dios de la mar.
Pronto ya no pudo Urashima ni gritar, ni correr
hacia la playa en pos de la nube.
De repente, sus cabellos se pusieron blancos
como la nieve, su rostro se cubrió de arrugas, y sus
espaldas se encorvaron como las de un hombre decrépito.
Después le faltó el aliento. Y, al fin, cayó
muerto en la playa..
¡Pobre Urashima! Murió por atolondrado y desobediente.
Si hubiera hecho lo que le mandó la
princesa, hubiese vivido aún más de mil años.
Dime: ¿no te agradaría ir a ver el Palacio del
Dragón, allende los mares, donde el dios vive y reina
como soberano sobre dragones, tortugas y peces,
donde los árboles tienen esmeraldas por hojas y rubíes
por fruta, y donde las escamas son plata y las
colas oro?