Veo en una fotografía a Stephen Hawking junto a su hija Lucy. Por lo visto ese físico y su hija han escrito un libro llamado La clave secreta del universo y aunque parezca mentira, se trata de una obra de ficción. Todo en el universo parece ficción, y es bueno que un astrofísico como Hawking nos haga bailar la imaginación sobre aquello que nos rodea y que, sin embargo, no vemos.
Para la mayoría de la gente, Hawking no es solo un astrofísico. Se trata de un genio pegado a una silla de ruedas debido a la ELA, que son las siglas de la Esclerosis Lateral Amiotrófica, una enfermedad degenerativa cuyas claves son más crípticas que las del universo que Hawking y su hija nos permiten desvelar en su libro. Hawking se expresa mediante un teclado que reproduce sintéticamente la voz que él no tiene y se nos muestra con esa media sonrisa más forzada por la musculatura que por el sentimiento.
Pienso en Hawking de la misma manera en que pienso en Isidre Esteve, el motorista que ha quedado postrado en una silla de ruedas y que se encuentra a las puertas de ser considerado por ustedes, nuestros lectores, como catalán del año. Pienso también en mi propio padre, que es ciego desde hace años, y que no para de pensar y de asimilar lo que la radio y los vecinos le transmiten. Perder un sentido, una habilidad o una movilidad son motivos suficientes para interrumpir las tareas que nos hemos encomendado. Y, sin embargo, no es frecuente. De la enfermedad grave surge la necesidad de crecer. De la minusvalía proviene la resistencia. Del déficit a veces caemos en el exceso.
Y, sin embargo, las estadísticas de la seguridad social nos advierten de un sospechoso número de bajas laborales. Para que se produzca una baja han de coincidir tres condiciones. La primera es la dolencia que nos impide el trabajo. La segunda es la renuncia a seguir trabajando a pesar de la levedad de los síntomas. La tercera es la autoridad médica que certifica que el trabajador puede quedarse en casa percibiendo su salario, aunque no se observe una causa clara y evidente para que deje de acudir a su centro de trabajo.
Vaya de entrada mi sospecha sistemática respecto de esos profesionales que se ocultan bajo el eufemismo Recursos Humanos. Pero pongo al otro lado de la balanza a los abusones de un Estado del bienestar que tanto costó arañar del poder a nuestros abuelos. La frivolidad de las bajas laborales es un pequeño escándalo moral ante el que los sindicatos suelen mirar hacia otra parte. No soy empresario ni tengo a ningún trabajador a mi cargo, pero en las tareas de equipo a veces hay demasiada gente que está de baja, menos los que nunca están de baja. ¿No lo han advertido ustedes? Se trata de un derecho, es cierto. Pero ¿no es menos cierto que ese derecho lo ejercitan siempre los mismos?
No se trata de creer que todos somos Stephen Hawking, pero, al menos, entre la cigarra y la hormiga hay que buscar un término medio. Ni todos hemos de ser hormigas forzadas por un salario insuficiente ni tampoco hay que ignorar a los trabajadores que se sienten piezas de porcelana y prefieren quedarse en casa porque el cuerpo no les pide ir a trabajar. Entre la voluntad y el cuerpo, la voluntad.
RESPUESTA DE GLORIA:
¡La voluntad, la voluntad...!
Si en lugar de tener a tu padre ciego e interesado por lo que pasa a su alrededor (que ya es un síntoma de buena salud), tuvieses de pronto un desprendimiento de retina (por poner un ejemplo, ¡Dios no lo quiera!), tendrías que aceptar una baja laboral por mucha voluntad que le echases y hacer reposo y demás si no quieres perder el ojo.
Por más voluntad que le eches, cuando el cuerpo no puede con tanta voluntad como le has echado un año y otro y otro, se para de golpe y si tu médico no sabe curarle tiene sus recursos y no tirará hasta que todas sus funciones se hayan normalizado.
Es cierto que entre muchos hemos de pagar las bajas de "los piezas de porcelana", como también lo es que hay afortunados que gozan de muy buena salud y se pegan la vida "padre" ganando un buen dinero.
Amigo, la voluntad y el cuerpo van juntos o no van.
Y aún no he terminado Señor Barril porque estoy como si me hubiese picado una cobra, o algo así, (que diría nuestra amiga Eugènie)… A menudo coincido con usted en sus opiniones pero en esta ocasión lo que leo no puedo creer que haya salido de su pluma.
No todos tenemos el cerebro ni los medios del Profesor Hawking. Es muy probable que si tuviese que levantarse todos los días a las siete de la mañana y valerse por sí mismo para estar a las nueve en su centro de trabajo, habiendo pasado por el metro abarrotado de gente y sorteando el tráfico de las calles de una gran ciudad, no podría realizar su trabajo y podría sumirse en una depresión o dejarse morir.
“…La frivolidad de las bajas laborales es un pequeño escándalo moral ante el que los sindicatos suelen mirar hacia otra parte…”
Es curioso, el punto de vista tan opuesto que tenemos al respecto. Parece como si cada uno de nosotros viese sólo un lado de la misma moneda. Los sindicatos están escandalizados y horrorizados ante la falta de sensibilidad y de moral de evaluadores del ICAM en Barcelona al dar el alta médica, y con ello obligar a ir a trabajar a enfermos de cáncer en tratamiento de “quimio” el cual resulta invalidante para esa persona, algunos incluso con un catéter “incorporado” para poderse administrar las dosis de calmantes durante la jornada laboral.
Otros enfermos con diagnósticos de invalidez certificados por médicos forenses y que el INSS se pasa por el "forro". Son personas a las que se obliga a dejar sus trabajos de una u otra forma y a vivir ¿de qué?, muchos de ellos habiendo cotizado durante décadas sin bajas laborales para los que les sirvió de poco el haber contribuido al llamado “Estado de bienestar”, los mismos que pagan las bajas de los demás...
Serían los dos extremos de una misma y cruda realidad.