En los años 50 y 60, cuando era pequeña, por razones familiares viajaba muy a menudo a Francia. Al cruzar la frontera, tenía la impresión de llegar no a otro país, sino a otra galaxia, tan enorme que era la diferencia. El nivel de vida de nuestros vecinos estaba a años luz del nuestro: su forma de vivir; los productos de sus tiendas; las ventajas que tenían como ciudadanos; su mentalidad más adelantada, fruto, claro, de un régimen democrático...
A finales de los años 90, las peripecias vitales me llevaron a vivir en Francia durante cinco años. Cuando me instalé, me di cuenta de que aquella tierra mítica había perdido esplendor, no tanto porque hubiera ido para atrás como porque mi país había logrado salvar décadas de retraso en solo 20 años. Lo justificaba ante los franceses por el esfuerzo brutal de algunas generaciones, que nos habíamos dejado la piel en ello.
Ahora que estamos en plena crisis, tengo que reconocer que mi análisis de los años 90 era excesivamente optimista: nuestro país había mejorado, sí, pero solo de manera bastante superficial. Como los nuevos ricos, habíamos puesto todo el énfasis en aquellas cuestiones más vistosas que nos permitían ir del brazo con los vecinos. Habíamos mejorado mucho lo que era aparente y poco lo que lo era menos, como las infraestructuras, y despreciado la cultura del esfuerzo porque todo parecía ya logrado. Nos habíamos apuntado a jugar al Monopoly y habíamos basado el crecimiento económico en la construcción. Incluso, en un momento de educación generalizada, dábamos contramodelos a los jóvenes, como si la instrucción fuera prescindible para alcanzar la meta. Y ahora que la crisis nos golpea, tengo la impresión de que volvemos a alejarnos de nuestros vecinos a pasos agigantados. Que parte de lo construido en 25 años se va a hacer gárgaras. Eso sí, la gran mayoría de gente cree que los ciudadanos no tienen ninguna responsabilidad, que la culpa es solo del Gobierno. Como los italianos, culpamos a los políticos de todos nuestros males. "Piove?", dicen ellos, "Porco Governo!" Y, sin embargo, quizá es nuestra gran oportunidad de reconstruir bien el país y de implicarnos en ello todos: políticos y sociedad civil.
Gemma Lienas