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martes, 16 de marzo de 2010

JULIO CESAR AZNAR

 

El expresidente Aznar dijo el otro día en Veo7: «He sido injuriado y difamado hasta límites extremos. Mi imagen ha sido deformada y distorsionada. Me han transformado en un dóberman». Cuando un antiguo gobernante se lamenta de su propia imagen, una de dos: o siente remordimientos o tiene ganas de regresar al poder para poder darse nuevo brillo a sí mismo. Con esas palabras Aznar demuestra su humanidad. Nos quiso hacer creer que era un hombre providencial para el país, pero en realidad solo era un hombre común que quería servir a su país. Y el país le vino grande. Más de una vez le recuerdo en el estadio de Mestalla en 1996 en un mitin electoral. Faltaba poco para su victoria y, con un estilo kennedyano que a mí me pareció sincero, Aznar dijo exactamente esto: «Yo solo soy un hombre normal que quiere servir a su país». ¿Qué sucedió a lo largo de los años en el poder para que el hombre normal se fuera encastillando y empezara a convertirse en un ser abrupto, ególatra y rencoroso, como demuestran esas frases de Veo7?
El otro día, en este mismo periódico un lector rompía una lanza por Aznar para contar que había coincidio con él en un avión y que le había parecido un hombre cordial e interesante. Yo también lo suscribo. Entre la bondad lineal y las personalidades complejas, siempre son más interesantes estas últimas. Aznar, al llegar por primera vez al poder, era un hombre curioso. Quería aprender y para aprender no hay nada mejor que preguntar. La cordialidad de Aznar era la de los primeros de la clase que intentan aprender más allá de los libros. Desde las antípodas ideológicas de Aznar no me caerán los anillos para reivindicar al Aznar humano y tozudo. Un hombre que debió hacer de tripas corazón para aprender a hablar con Pujol y comprenderle. Pero también un hombre al que el poder universal obnubiló hasta el punto de embarcar al más pacifista de los países a una guerra lejana. Un hombre que decidió, en un gesto magnífico, renunciar a presentarse a un tercer mandato. Pero un hombre que, ante la matanza de Atocha, no tuvo a bien presentarse en el lugar de la catástrofe para manchar su camisa con la sangre de los heridos. De haberlo hecho y de no haber creído en la supuesta conspiración de matriz etarra, hoy continuaríamos teniendo un Gobierno popular y Rodríguez Zapatero sería un aprendiz de Economía de la mano de Jordi Sevilla.
Algún día habrá algún momento para analizar la psicopatología de los gobernantes y lo poco que les cuesta pasar de ser hombres normales a ser hombres providenciales y finalmente a ser hombres difamados.
La soledad de Aznar no viene de sus adversarios exteriores, sino también de los que le han dejado a los pies de los caballos. Mientras Aznar se despachaba en la salmodia de su propio lamento, se cumplían muchos años del que, sin duda, fue el primer magnicidio de la historia. En el año 44 antes de Cristo Julio César, un emperador que también hablaba en tercera persona y que se dedicó un mes del calendario, caía bajo las dagas de los senadores entre los cuales se encontraba su propio hijo adoptivo. Aznar se lamenta de haberse convertido en un dóberman, pero implícitamente se está preguntando qué ha pasado para que ni siquiera los suyos le hayan entronizado en el santoral. ¿Volveremos a gozar del hombre corriente que antaño fue Aznar? Fue un ser cordial, pero entre propios y extraños le agriaron el carácter. 


Joan Barril