1. • Los líderes de nuestra sociedad intentan deshacerse de los problemas procurando que no les salpiquen
JUAN Ramis-Pujol
Recuerdo una anécdota que me contó con detalle un buen amigo. Un grupo de ocho personas estaban realizando un crucero en el Caribe, cuando una avería del timón les dejó a la deriva. En aquel momento, había olas de dos metros y medio, y a media milla se encontraba otra embarcación con la que mantenían contacto por radio. Iban en el grupo un par de jóvenes yuppies de Nueva York que, hasta el momento, habían sido el centro de atención gracias a algunas de sus hazañas en Wall Street. En primer lugar, se les ocurrió, a los dos ejecutivos, que lo más conveniente era lanzarse al mar para ir nadando hasta la segunda embarcación. Acto seguido, pretendieron subirse a la neumática y, asimismo, abandonar el barco, con el fin de llegar hasta la embarcación segura. A duras penas se les convenció en ambos casos, indicando que, mientras no se hundiera el barco, se trataba de opciones que conllevaban demasiados riesgos.
Lo crean o no, es en los momentos de crisis en los que se destapan los verdaderos liderazgos. Los líderes auténticos son los que, durante el temporal de nieve, salieron a la calle para tranquilizar y ayudar a los padres que tenían dificultades para recoger a sus hijos de los colegios . Fueron también los propietarios de bares y locales que decidieron mantener sus negocios abiertos para cobijar a la gente que se había quedado incomunicada. Lo fue, asimismo, la alumna universitaria que, a última hora, cedió una plaza de coche a otra gente más necesitada para regresar a Barcelona. O, simplemente, los pescadores que decidieron aportar su gasóleo para asegurar el suministro de energía de un hospital. En resumen, líderes naturales que proyectaron ejemplos de valentía, templanza, moderación y otras virtudes en aquellos momentos complicados.
¿Qué pasó con la mayoría de los que se supone que son los líderes de nuestra sociedad? En primer lugar, no reaccionaron a tiempo. Ya se sabe aquello de que dar el primer paso supone un riesgo. No vaya a ser que uno meta la pata y luego se acabe convirtiendo en el hazmerreír del resto.
En un viejo artículo de la Harvard Business Review, se indicaba que uno de los deportes favoritos en las grandes organizaciones era el pasar el mono (pass the monkey). Se trata de pasar los problemas intentando que no le salpiquen a uno.
Seguramente, aquel lunes se fue pasando el mono de unas personas a otras y de unas instituciones a otras hasta que la bola de nieve fue demasiado grande. Finalmente, cuando la evidencia resultó innegable, se acabó con algunas estrategias intentando adaptar lo mejor posible la información existente y, sobre todo, repartir culpas.
¿En qué entornos se generan este tipo de liderazgos? Que quede claro que no podemos generalizar, pero comportamientos similares se pueden dar en la mayoría de las grandes organizaciones públicas y privadas de nuestros países. Los mecanismos de funcionamiento de las organizaciones acaban promocionando liderazgos líquidos; con poca profundidad ética. Personas que buscan el poder motivadas, en gran medida, por factores extrínsecos.
Así funcionan el compadreo, el hoy por ti y mañana por mí y, en general, las dinámicas organizativas de la mediocridad. Y si hay que abandonar el barco, se abandona, con una buena indemnización si es posible, y se busca otra nave que parezca estar en mejores condiciones. Al mismo tiempo, se determina el triste destino de los líderes auténticos con verdadera calidad humana, que surgen espontáneamente en las crisis, y los temporales, y que, acto seguido, son apartados sigilosamente porque su integridad, perseverancia y valentía molestan mucho.
¿Podemos construir un futuro con mejores liderazgos? Los excesos actuales son de bulto: la acumulación desmesurada de poder por parte de los partidos políticos; los abusos mostrados por algunos altos directivos antes y durante la crisis; las manifiestas distorsiones en el poder judicial, o las derivas del gasto de algunas administraciones públicas.
Aun así, muy probablemente debamos barrer primero enfrente de nuestras casas, asumiendo de nuevo nuestras responsabilidades democráticas, para después pasar a exigir con más fuerza y legitimidad una mejor gobernanza del país y de todas sus instituciones. Después de todo, los líderes actuales son el reflejo de la sociedad que todos estamos aceptando tácitamente.
Y, al fin y al cabo, no hay mal que por bien no venga. Quizá, después de 35 años, nos encontremos ante los primeros indicios que nos acabarán llevando hacia otra transición. Una segunda transición que podría ser tan liberadora de energía positiva como la anterior y que debería aportar mayor madurez democrática, acercándonos finalmente a otros países europeos, y mejores liderazgos. Merecemos, sin duda, un nuevo marco de convivencia con el que, al meos por unos años, recuperemos la ilusión y la dignidad que hemos dejado escapar.
*Profesor de Esade-Universitat Ramon Llull
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martes, 23 de marzo de 2010
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