Aparentemente las cosas no le van mal. Tiene entre veintitantos y cuarenta y pocos años. Un trabajo, quizás una pareja. Gente con la que salir, decenas o cientos de amigos en el Facebook... Pero plantea sus inquietudes, sus insatisfacciones y sus miedos al psicólogo: una infidelidad, dudas sobre si tener o no tener hijos, la rutina sofocante o la presión en el trabajo. "Buscan a alguien en quien depositar sus problemas, alguien que les pueda aconsejar", mantiene la psicóloga Isabel Larraburu. Este perfil de cliente, a priori sin problemas clínicos pero con una mochila de dudas e inseguridades a cuestas, abunda cada vez más en las consultas de los psicólogos.
"Nos centramos mucho en el mundo externo: los amigos, el coche, los viajes... y poco en el mundo interno: qué quiero, qué necesito, qué me hace sentir bien...", mantiene Eva van der Leeuw. Por la consulta de esta psicóloga pasan cada vez más pacientes "que tienen sensación de vacío interior, no saben qué hacer en determinados aspectos de su vida".
¿Por qué no lo hablan con sus amigos o con su familia? "Por una parte, ir al psicólogo ya no está mal visto, y de otro lado, son cuestiones íntimas y suele haber un nivel bajo de intimidad en las relaciones; el psicólogo es un profesional y la confidencialidad está siempre garantizada, el paciente puede explicarlo todo", añade Larraburu. Tras 27 años de experiencia, esta profesional constata que muchas decisiones vitales se toman cada vez más tarde: "Las mujeres priorizan su vida laboral y retrasan la decisión de tener hijos, luego hay problemas de infertilidad, muchos jóvenes a los treinta años siguen estudiando un máster, las parejas se rompen, los trabajos no duran para siempre...".
Este segmento de población que ha crecido en una sociedad que cultiva el individualismo, el consumismo y el yes, you can, "tiene menos tolerancia a la frustración, hay mucha inmadurez y el psicólogo de alguna forma ayuda a parar los golpes de esta frustración", añade Larraburu. El llamado síndrome Peter Pan abunda en las consultas de estos profesionales. Según el psicólogo Antoni Bolinches, autor del libro Peter Pan puede crecer (Grijalbo) y especializado en el tratamiento de los conflictos de pareja, disfunciones sexuales y terapias de crecimiento personal, "el 50% de la población masculina de entre 20 y 40 años de Occidente en mayor o menor grado tiene un problema de inmadurez y tiene miedo al compromiso". Y acuden al psicólogo sin tener una problemática grave para reforzar su autoestima: "Son personas inseguras y necesitan un apoyo externo, algunas veces pueden ser los amigos y otras veces no, porque los amigos están en la misma situación", añade.
Bolinches atribuye el síndrome Peter Pan a los varones y el de Campanilla a las mujeres: "En iguales circunstancias y con la misma edad, la mujer suele ser más madura que el hombre". Pero ellas van más al psicólogo. Según Bolinches, "los hombres tienden a pensar que solos pueden arreglarlo todo, ellas aceptan más la ayuda externa y buscan ayuda donde haga falta, las mujeres son más receptivas y creen más en el cambio, los hombres están más desorientados, pero la verdad es que van cambiando". Los rasgos Peter Pan (el arquetipo literario del niño que se resiste a crecer se ha convertido en categoría psicológica) son propios de gente que tiene tendencia a aparentar cosas que no es, que se pone de mal humor cuando no puede satisfacer inmediatamente sus necesidades, cuya seguridad depende de la aceptación que recibe de los demás, a la que le resulta fácil incumplir los compromisos que acepta. Y normalmente su entorno los considera excesivamente inmaduros o egoístas. "Son personas que han crecido en un entorno consumista y superficial, que no han desarrollado la cultura del esfuerzo, que es la parte adulta de la persona, y entonces les asaltan las dudas, desconfían de su propio criterio", mantiene Bolinches.
Y acuden al psicólogo: "El amigo normalmente espera a que el otro calle para explicarle cómo ha vivido él aquella misma situación, y entra en juego la relación afectiva, quizás no se atreve a decir lo que piensa para no herir al otro, quizás hay envidias... Con el psicólogo se establece otra relación", dice Daniel Canero. Este psicólogo y psicoanalista mantiene que el incremento de pacientes que van a la consulta para cuestionar aspectos de su vida responde también a la tendencia creciente de preocuparse más de uno mismo: "De la misma forma que uno se apunta al gimnasio o cuida la dieta, cada vez prestamos más atención a nuestro bienestar emocional y se acude a un profesional", explica.
Canero justifica el hecho de acudir a un psicólogo en lugar de plantear las dudas y los miedos a personas más cercanas como familiares por la "falta de terreno común": "Hasta no hace muchos años los jóvenes tenían un modelo de vida similar al de sus padres, pero ahora el esquema ya no se repite... Han cambiado muchas cosas, ya no hay segundas residencias, ni trabajo para siempre, muchas veces no hay ni un trabajo que motive, los hijos se tienen más tarde o no se tienen, las parejas se rompen, muchas se conocen por internet...".
La consulta se convierte así en una "zona segura" para las confidencias: "No somos amigos ni tampoco somos el sacerdote de antaño, al que la gente iba a confesarse; nosotros proporcionamos una ayuda profesional para, en primer lugar, definir los problemas y luego proporcionar mecanismos para afrontarlos y superarlos", insiste Larraburu.
El número de sesiones es variable y, en gran medida, depende del bolsillo del paciente: "No se van a arreglar en cinco sesiones problemas que se arrastran desde hace muchos años, en general lo mínimo es una sesión por semana durante quince semanas, pero hay de todo, algunos siguen viniendo durante años, otros reaparecen al cabo de unos meses", explica Canero.
Las consultas al psicólogo han aumentado al tiempo que se ha consolidado el coaching, figura que acompaña y asesora al usuario en todos los ámbitos de la vida. Desde cómo relacionarse mejor con los jefes hasta cómo funcionar mejor con la pareja.
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