El trayecto no lleva a ninguna parte y no termina porque empieza por el final y la liberación que representa es una ficción añil enmarañada con la sangre de aquellos que pensamos que nos quieren. La maquinista de la infinita travesía, llamémosla eternidad, es siempre fiel a un horario marcado por el final de un libro áspero, rugoso y tormentoso encuadernado con la monotonía de los irrisorios quehaceres diarios.
En realidad simplemente nos limitamos a esperarla, solos, pues nadie mas hay en la estación ni en el interior de la maquina cuyos engranajes traquetean, vibran y hierven sin hacer ningún ruido. Y el único sonido que si se escucha atentamente se puede apreciar es la perfecta y hermosa armonía de una sonata en re menor, producto de la combustión de las vanas ilusiones que acompañan al dolor de la soledad.alegoria
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