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jueves, 20 de agosto de 2009
PAIS MUTILADO
XAVIER FEBRÉS
El próximo 7 de noviembre se conmemora el 350 aniversario del injusto Tratado de los Pirineos, que cedía a Francia una quinta parte de la población y una octava parte del territorio de Catalunya. Eran –y son– las comarcas con activa capital en Perpinyà: Rosselló, Vallespir, Conflent, Capcir y una parte de la Cerdanya.
La ciudad catalana de Perpinyà era entonces la segunda en dimensiones, después de Barcelona. No se trata ahora de entablar una batalla de recuperación territorial pero sería igual de absurdo no reconocer que esa cesión se debió al desinterés, la alevosía a las instituciones parlamentarias catalanas y a una pésima aptitud negociadora por parte de la corona española.
La monarquía francesa de Luis XIV de Borbón, conocido también como el rey Sol, logró satisfacer la errónea obsesión ideológica de las «fronteras naturales», cuando en realidad los Pirineos no habían sido nunca una frontera separadora, ni tan solo en época de la Galia y la Hispania romanas. La monarquía española de Felipe IV de Habsburgo no consiguió otra cosa que casar a la hija, María Teresa de Austria, con el rey francés, su primo hermano por parte de padre y de madre.
La frontera pirenaica tuvo el escaso honor de ser la primera frontera en Europa en ser amojonada a lo largo de 677 kilómetros (450 de ellos en línea recta) con «mugas duraderas» o piedras numeradas, plantadas más o menos cada kilómetro, cuando la orografía lo admite, del número 1, en el confín vasco, hasta el 602, en el acantilado catalán de Cervera de la Marenda.
Luis XIV ofreció en repetidas ocasiones al rey español la retrocesión del territorio rosellonés anexionado, a cambio de recibir la otra «frontera natural» del Rin en Flandes, que suponía una sangría para España. Pero Madrid prefirió la postura numantina, acompañada por la luminosa idea de recuperar el Rosselló por la vía militar.
Los ideales modernizadores de la Revolución Francesa significaron el inicio de una identificación de los catalanes roselloneses con las ventajas de ser ciudadanos franceses, y la comarca se emulsionó en el conjunto centralizado.
Se pueden discutir las ventajas e inconvenientes ya sea de haber crecido como catalanes de Francia o como catalanes de España. Los aniversarios y las efemérides sirven para eso. En cualquier caso, lo indiscutible es que el Tratado de los Pirineos de 1659 se negoció de forma absolutamente desastrosa.
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