Miguel Angel Ariño Profesor del IESE
Hace varios años comentaba a mis colegas del IESE que, con la globalización, las crisis económicas serían más profundas de lo que habían sido hasta entonces. Mi razonamiento es que, hace unas décadas, las economías de los distintos países estaban moderadamente interconectadas, de modo que cuando un país entraba en recesión, tardaba cierto tiempo en contagiar sus males a los países próximos a él, de modo que difícilmente estaban varios países simultáneamente con problemas. Así, la última crisis que padecimos, la de 1993 empezó en Estados Unidos en 1991. En 1992 se trasladó a Europa y a España, con los Juegos Olímpicos y la Expo de Sevilla, no nos llegó hasta 1993. Vino, fue profunda, pero sabíamos que iba a ser poco duradera. Cuando llegó a España, Estados Unidos ya estaba remontando, por lo que era fácil ver que la coyuntura internacional tiraría de nuestra economía y nos sacaría adelante, como así sucedió. En general, las personas a las que comentaba estas ideas me decían que esto no tenía por qué ser así y no me prestaban mucha atención en este punto. Aunque nadie me dijo nunca en qué fallaba mi razonamiento.
Quince años después, las economías avanzadas están mucho más interconectadas. Es la famosa globalización. Ahora, los males de un país se trasladan en poco tiempo a los demás, con lo que los países han entrado en recesión casi simultáneamente. Y no tenemos ningún país locomotora que esté saliendo de la crisis y tire de los demás. Esto hace que sea más profunda y contemos con menos mecanismos de salida. Un país desarrollado crece, en circunstancias normales, entre un 1% y un 4% al año, y en momentos de recesión tiene un decrecimiento, hasta ahora, siempre entre 0 y menos 2%. Hasta qué punto está siendo grave esta crisis que el año pasado varias economías tuvieron un decrecimiento del menos 4%.
¿Qué solución nos queda ante esta situación de decrecimiento en muchos casos? Pues contar con la ayuda de las economías emergentes. Principalmente China y Brasil. A estos países también les afecta la crisis, pero tienen un mercado interno emergente que mueve la economía. Un país en desarrollo, en época de bonanza, crece entre el 5% y el 7%. China, incluso el 10%. Cuando la economía de estos países emergentes sufre un frenazo, continúa creciendo, aunque a menos ritmo. China tuvo el año pasado un crecimiento del 8%. Por lo que posiblemente sean estos países los que nos saquen del agujero.
En una tertulia reciente con algunos empresarios me preguntaban –a raíz de mi reciente estancia en Shanghái dando clase– cómo veía a China. Más que una valoración de cómo veo a China, haré una valoración de cómo veo a Occidente con respecto a Asia. Cuando me preguntan sobre esto, cosa que es muy frecuente, respondo con otra pregunta: ¿cómo ves tú a Holanda? Ponen cara de póker. Holanda es un país rico y muy desarrollado. Con un nivel de vida envidiable, etcétera. Pero es un país que no pinta nada en el mundo. ¿Por qué? Pues porque apenas tiene 15 millones de habitantes.
Lo mismo pasa con Occidente. Entre Europa, Estados Unidos, Canadá y Australia apenas llegamos a 1.000 millones de habitantes y sin crecer, y lo que crecemos es por la inmigración. La población autóctona está en declive. Por el contrario, Asia
–China, la India y el sureste asiático–suma mas de 3.000 millones de habitantes, y creciendo. Esto siempre ha sido así, y nunca ha pasado nada. Sí, pero ahora las cosas están cambiando, y esos países se están desarrollando, y tienen mucho por desarrollar. Si España, con 45 millones de habitantes, en tres décadas pasó de un régimen de supervivencia a ser un país desarrollado, Asia, cada década, va a dar la bienvenida al desarrollo a 100 millones de personas. Esto significa que le quedan muchas décadas de desarrollo económico y de crecimientos del 8% al 10%. Empieza China, sigue la India, y continúan Tailandia, Malasia, etcétera, para que al final les llegue el turno a Vietnam, Camboya y demás países. Esto, unido a la decrepitud moral y de falta de esfuerzo que impregna a Occidente, va a significar una continua pérdida de peso económico, social y político de Occidente respecto a Asia. En la segunda mitad de este siglo, en Occidente, vamos a ser muy ricos, pero vamos a pintar en el mundo lo mismo que ahora pinta Holanda: nada. Y lo tendremos merecido, por cansancio, por vejez y por falta de ilusión. Esperamos que alguien nos lo resuelva todo. Tenemos que resolvérnoslo nosotros. Tenemos que trabajar. Tiene que aumentar la población, pero tiene que aumentar la autóctona. Tenemos que ilusionarnos y tenemos que arriesgar.
Lo que está pasando en África es muy interesante. Le puede llegar pronto el turno. Será de la mano de China y de Brasil, para vergüenza de Occidente, que ha pasado décadas ignorando al continente. O reaccionamos o no vamos a pintar nada. De África hablaré en otro artículo.
Hace varios años comentaba a mis colegas del IESE que, con la globalización, las crisis económicas serían más profundas de lo que habían sido hasta entonces. Mi razonamiento es que, hace unas décadas, las economías de los distintos países estaban moderadamente interconectadas, de modo que cuando un país entraba en recesión, tardaba cierto tiempo en contagiar sus males a los países próximos a él, de modo que difícilmente estaban varios países simultáneamente con problemas. Así, la última crisis que padecimos, la de 1993 empezó en Estados Unidos en 1991. En 1992 se trasladó a Europa y a España, con los Juegos Olímpicos y la Expo de Sevilla, no nos llegó hasta 1993. Vino, fue profunda, pero sabíamos que iba a ser poco duradera. Cuando llegó a España, Estados Unidos ya estaba remontando, por lo que era fácil ver que la coyuntura internacional tiraría de nuestra economía y nos sacaría adelante, como así sucedió. En general, las personas a las que comentaba estas ideas me decían que esto no tenía por qué ser así y no me prestaban mucha atención en este punto. Aunque nadie me dijo nunca en qué fallaba mi razonamiento.
Quince años después, las economías avanzadas están mucho más interconectadas. Es la famosa globalización. Ahora, los males de un país se trasladan en poco tiempo a los demás, con lo que los países han entrado en recesión casi simultáneamente. Y no tenemos ningún país locomotora que esté saliendo de la crisis y tire de los demás. Esto hace que sea más profunda y contemos con menos mecanismos de salida. Un país desarrollado crece, en circunstancias normales, entre un 1% y un 4% al año, y en momentos de recesión tiene un decrecimiento, hasta ahora, siempre entre 0 y menos 2%. Hasta qué punto está siendo grave esta crisis que el año pasado varias economías tuvieron un decrecimiento del menos 4%.
¿Qué solución nos queda ante esta situación de decrecimiento en muchos casos? Pues contar con la ayuda de las economías emergentes. Principalmente China y Brasil. A estos países también les afecta la crisis, pero tienen un mercado interno emergente que mueve la economía. Un país en desarrollo, en época de bonanza, crece entre el 5% y el 7%. China, incluso el 10%. Cuando la economía de estos países emergentes sufre un frenazo, continúa creciendo, aunque a menos ritmo. China tuvo el año pasado un crecimiento del 8%. Por lo que posiblemente sean estos países los que nos saquen del agujero.
En una tertulia reciente con algunos empresarios me preguntaban –a raíz de mi reciente estancia en Shanghái dando clase– cómo veía a China. Más que una valoración de cómo veo a China, haré una valoración de cómo veo a Occidente con respecto a Asia. Cuando me preguntan sobre esto, cosa que es muy frecuente, respondo con otra pregunta: ¿cómo ves tú a Holanda? Ponen cara de póker. Holanda es un país rico y muy desarrollado. Con un nivel de vida envidiable, etcétera. Pero es un país que no pinta nada en el mundo. ¿Por qué? Pues porque apenas tiene 15 millones de habitantes.
Lo mismo pasa con Occidente. Entre Europa, Estados Unidos, Canadá y Australia apenas llegamos a 1.000 millones de habitantes y sin crecer, y lo que crecemos es por la inmigración. La población autóctona está en declive. Por el contrario, Asia
–China, la India y el sureste asiático–suma mas de 3.000 millones de habitantes, y creciendo. Esto siempre ha sido así, y nunca ha pasado nada. Sí, pero ahora las cosas están cambiando, y esos países se están desarrollando, y tienen mucho por desarrollar. Si España, con 45 millones de habitantes, en tres décadas pasó de un régimen de supervivencia a ser un país desarrollado, Asia, cada década, va a dar la bienvenida al desarrollo a 100 millones de personas. Esto significa que le quedan muchas décadas de desarrollo económico y de crecimientos del 8% al 10%. Empieza China, sigue la India, y continúan Tailandia, Malasia, etcétera, para que al final les llegue el turno a Vietnam, Camboya y demás países. Esto, unido a la decrepitud moral y de falta de esfuerzo que impregna a Occidente, va a significar una continua pérdida de peso económico, social y político de Occidente respecto a Asia. En la segunda mitad de este siglo, en Occidente, vamos a ser muy ricos, pero vamos a pintar en el mundo lo mismo que ahora pinta Holanda: nada. Y lo tendremos merecido, por cansancio, por vejez y por falta de ilusión. Esperamos que alguien nos lo resuelva todo. Tenemos que resolvérnoslo nosotros. Tenemos que trabajar. Tiene que aumentar la población, pero tiene que aumentar la autóctona. Tenemos que ilusionarnos y tenemos que arriesgar.
Lo que está pasando en África es muy interesante. Le puede llegar pronto el turno. Será de la mano de China y de Brasil, para vergüenza de Occidente, que ha pasado décadas ignorando al continente. O reaccionamos o no vamos a pintar nada. De África hablaré en otro artículo.