Otro dato preocupante del estudio de UGT es que 55.300 jóvenes en paro ni siquiera salen a buscar trabajo
Son jóvenes pero no pueden estrenar una vida excitante a cuenta propia. ¿O no quieren? ¿Pesa más el temor de no poder pagar una vivienda que el deseo de autonomía? ¿Cuál es el papel que desempeñan los adultos, les acompañan hacia la independencia o les dan cobijo? ¿Qué consecuencias tiene en sus vidas seguir dependientes de sus padres pasados los 30 años? "Tradicionalmente la juventud se entendía comouna sala de espera, el lugar anterior antes de entrar en el mundo adulto; ahora, la sala de espera se ha convertido en sala de estar", resume el fenómeno con una metáfora Jaume Funes, psicólogo especialista en adolescentes y jóvenes. El factor económico pesa; no en vano, un estudio de UGT hecho público el miércoles apunta que el 25% de los jóvenes catalanes de entre 16 y 24 años ni estudia ni trabaja.
El deseo de emanciparse se despierta, en general, en torno a la mayoría de edad, pero los españoles esperan más de diez años para establecerse por su cuenta: sólo tres de cada diez se van de su primer hogar antes de cumplir los 30 años, según la EPA. Esta cifra queda lejos de lo que sucedía en generaciones anteriores, y de lo que ocurre en EE.UU. y el resto de Europa (a excepción de Italia). ¿Qué es lo que hace retrasar más de diez años una experiencia tan trascendente en la vida de una persona como asumir la responsabilidad de hacerse cargo de uno mismo y, quizás, de otras personas dependientes como los hijos? Según los expertos, el mercado laboral, el papel de los adultos, el hedonismo y la falta de confianza en solventar las dificultades por sí mismos explican esta tendencia. Otro dato preocupante del estudio de UGT es que 55.300 jóvenes en paro ni siquiera salen a buscar trabajo.
El factor económico, si no determinante, resulta muy condicionante. El retraso de la emancipación de los jóvenes se inicia en los años ochenta, coincidiendo con el aumento del precio de la vivienda y el deterioro progresivo del mercado laboral: menos trabajo, y de peor calidad, menos salario, más temporalidad..., es decir, precariedad y, sobre todo, incertidumbre, mucha inseguridad respecto a la estabilidad económica. ""Con un futuro tan volátil, ¿cómo vamos a arriesgarnos?", razonan los jóvenes", según el catedrático de Sociología Javier Elzo. A su juicio, la generación de veinteañeros toma una decisión puramente racional: alargar la juventud y la dependencia familiar, anteponer el éxito académico, conquistar cierta independencia económica, consolidar la profesión, y, asomados a los treinta, plantearse la vida fuera del hogar de origen, generalmente, para formar una pareja. En el caso de las mujeres se anticipa la edad de emancipación respecto a los varones porque se unen con parejas dos años mayores y porque la perspectiva de la maternidad les urge a buscar los caminos de su propia autonomía.
Finalmente, los jóvenes, en casa se encuentran bien... "Los padres, con quienes mantienen una comunicación aceptable, les dejan vivir su vida con cierta libertad, no exigen dinero a cambio, y les permiten gozar de su ocio, relaciones personales y de pareja", considera el filósofo Norbert Bilbeny, autor del manual de emancipación El futuro empieza hoy (Proteus). Elzo explica que en países de tradición protestante está mal visto que el joven permanezca en casa pasados los 20 años. Se le pregunta. "¿Qué haces que no te espabilas?". En cambio, en España e Italia, lo que está mal visto es que se vayan: "¿Cómo se va a ir si es una niña?, ¿se ha enfadado el chaval con sus padres?, ¿cómo va a tener cargas si está estudiando todavía...?", cuestiona la gente. En ciertos sectores sociales, los progenitores, preocupados por el futuro de sus hijos, promueven que el periodo de estudios se alargue. Más cualificación, parecen creer, permite una integración laboral más sólida.
"A esta concepción vital –mantiene el sociólogo– hay que sumar el perfil de esta generación de jóvenes en concreto: son hijos únicos de madres tardías. Este es un fenómeno nuevo: los padres se encuentran con un hijo solo, camino de la jubilación, en un mundo laboral hostil para los hijos, que están bien atendidos y tienen escasas expectativas económicas y que se preguntan ¿dónde voy a estar mejor?". "Es más, no sólo se quedan en casa, sino que animan a su pareja a que se sume a su núcleo familiar", añade Elzo.
Los psicólogos consideran que la consistencia de esta "felicidad" resulta demasiado frágil porque la identidad de estos jóvenes no está construida por experiencias trascendentes y proyectos vitales, sino por el consumo de bienes: vacaciones, tecnología, cursos... Son jóvenes hedonistas poco implicados y escasamente comprometidos. "Pero ese es el lugar que les hemos dejado los adultos", opina Funes. "Esta es una sociedad –sigue– en la que mandan los viejos. ¿En qué decide un joven en su comunidad? En nada. Siempre están sometidos a alguien mayor que ellos. No sienten que forman parte de un proyecto colectivo. En cuestiones políticas se ve claramente. "¿A mí qué me importa la política si yo no puedo cambiar nada?", señalan en las encuestas". Y opina: "Tendríamos que dejarles que decidieran más, no ya sobre su propia vida, sino en decisiones que afectan a los adultos".
"La emancipación –cree Bilbeny– va precedida de un proceso de reflexión personal relacionado con la madurez, y más concretamente, con la autoestima". En su opinión los veinteañeros emancipados han sido capaces de pensar por sí mismos, superando sus temores y aprovechando las oportunidades surgidas. "Son las mismas limitadas oportunidades que tienen el resto de sus congéneres –señala–, pero ellos no han escatimado esfuerzos".
Carina Farreras