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martes, 23 de noviembre de 2010

HOY LLUEVE HUMO

A veces me alcanza el deseo de hablar poco.
Deseo sin ningún sentido , porque no hay nada como estirar la lengua y andar y andar por la voz o por la expresión escrita para ahuyentar la tristeza y sentirse vivo.
Llueve humo. Hoy llueve humo. Está el día como un eucaliptus miedoso , sin poder de reflejo , taciturno, soñoliento.
Golpean a la puerta : alguien me viene a ver. Es Sergio. Vuelve de la cola del paro , de entregar su curriculum para un puesto de guardacoches en un aparcamiento privado y de pasarse por el Mercadona para preguntar por aquel puesto vacante de cajero que le dijeron el mes pasado .
Sergio hace unos años que terminó la carrera de Farmacia con alta cualificación ,pero como no encontraba empleo adecuado a su título , se agarró a unos ahorrillos de sus padres y a unos euros que se sacó sirviendo copas en el verano y se largó a Madrid a especializarse en Óptica por lo privado.
No quiero mirar otra vez hoy la perspectiva húmeda y brillante de esos ojos que nada más abrir la puerta me dicen : " No traigo nada "
Entonces le digo con apuro : pasa , pasa , tomamos un café y hablamos .
Me dice , me cuenta , que se siente muy frustrado , que los títulos eductivos, hoy por hoy , sólo sirven para ponerse a la cabeza en la cola por un puesto de trabajo. Que hay una asimetría entre la educación que requiere el sistema productivo de este país y la educación que la gente demanda . Que el sistema educativo es la causa del paro , que no puede ser que existan tantos titulados y tanta competencia para tan pocos empleos . Que lo mejor sería restringir el acceso a la educación superior , aumentar su nivel y adecuar los contenidos de lo que se estudia a las demandas del sistema productivo.
Le digo que me parece bien que se aumente la calidad de la enseñanza ,pero que no se puede exigir a la Administración que le compense a uno por las fatigas y el dinero perdido en su propia educación , que la evolución de la economía es dificilmente predecible y que queda poco margen de arbietrariedad sobre la educación adecuada para cada puesto de trabajo. Que nadie sabe lo que va a pasar mañana , que puede que para entonces los problemas sean opuestos a los de ahora y que los flujos de licenciados y diplomados cuestan mucho de alterar . Que la Administración educativa poco puede hacer por aumentar o disminuir el paro , que si acaso lo que puede hacer es distribuirlo , disminuyendo la competencia en un sitio para aumentarla en otro, y que yo recuerdo que desde siempre se ha dicho que la universidad es una fábrica de parados .
Sergio no se siente dueño de su existencia . Tiene todo y no tiene nada. Los vidrios de su ventana están negros como los de tantos jovenes que se han preparado no sólo para una profesión , sino para una realización personal, y ahora encuentra que ni una ni otra son posibles en este sistema que fomenta la educación sólo como "inversión".
Se despide , otra vez hoy , con sus sueños inmovilizados en el mutismo de una oferta , de cualquier oferta , que le permita ocupar sus expectativas y ganarse un sueldecillo.
Dificil, dificil me parece un ajuste desde la perspectiva de los intereses de todos la adecuación de la educación a la oferta de empleo en unos momentos tan críticos ,porque cualquier restricción a la demanda social de educación quizás tenga efectos sobre el paro,pero lo que es seguro es que también los tiene sobre la ignorancia .
Cierto que muchos trabajos que ayer hacía gente analfabeta , los hacen hoy gente con estudios superiores o medios , pero es que la educación además de un sentido económico también es una apuesta cultural y social y se hace dificil entender una restricción severa a la hora de ingresar en la enseñanza superior. 

http://lacomunidad.elpais.com/karamelillo/2010/11/23/hoy-llueve-humo

lunes, 22 de noviembre de 2010

Trabajo y calidad de vida

El trabajo es la variable más importante para explicar la calidad de vida de la población adulta. Estudios científicos de los centros de investigación de la salud de EEUU (los famosos National Institutes of Health del Gobierno federal de EEUU) han mostrado que la variable más importante para explicar la longevidad (es decir, los años que una persona vive) de los ciudadanos estadounidenses es el tipo de trabajo que realizan. A mayor calidad del trabajo (es decir, a mayor posibilidad de mostrar en su puesto de trabajo la creatividad que todo ser humano tiene, a mayor control de su ambiente laboral y de sus condiciones de trabajo y a mayor satisfacción con su trabajo), mayor es el número de años que un ciudadano vive. En realidad, el trabajo configura las 24 horas del día, y no sólo las ocho horas de jornada laboral. Un carpintero, por ejemplo, tiene sueños distintos a un médico. Y el punto más débil de nuestras sociedades es que, para la mayoría de personas que trabajan, el trabajo no es, en sí, un medio de goce, creatividad y satisfacción, sino un mero instrumento para conseguir los medios –dinero– para que aquel individuo se sienta realizado en el mundo del consumo. La sociedad del consumo convierte el mundo del trabajo en mero instrumento para poder consumir.
Sin embargo, el trabajo es la variable más importante para configurar la vida de una persona. Lo que la persona tiene (el consumo) depende de lo que hace (trabajo). De ahí que la gente normal y corriente, en la gran sabiduría que le da su experiencia cotidiana, cuando quiere saber de una persona, después de preguntarle su nombre, suele preguntar: “Y usted, ¿de qué trabaja?”. Y cuando le responde a esta pregunta ya conoce mucho de la otra persona, incluyendo su nivel de consumo, tipo de vivienda que tiene y el tipo de vecindario donde vive, así como su estilo de vida, y un largo etcétera.
Pero el trabajo (la existencia de un buen trabajo) no es sólo un bien individual, sino también colectivo. Es decir, a más personas trabajando (y con un buen trabajo), mayor riqueza existe en un país. En realidad, el hecho de que seamos en España menos ricos que la mayoría de países de la UE-15 se debe a que tenemos menos personas trabajando que ellos. De ahí la enorme importancia de que las autoridades públicas ayuden a las mujeres a integrarse en el mercado de trabajo mediante el desarrollo de lo que en su día llamé “el cuarto pilar del bienestar” (ver mi artículo bajo este título en Público, 15-10-09), es decir, escuelas de infancia y servicios domiciliarios.
Ahora bien, para tener un buen trabajo primero hay que tener trabajo. Y este no abunda. Y ahí comienza el problema. Si todas las personas que desean tener trabajo (que son la mayoría de personas adultas) lo consiguieran y hubiera pleno empleo, la demanda no sería sólo de empleo, sino de buen empleo. Un buen empleo sería el objetivo central de la mayoría de la población adulta. Pero cuando hay un elevado desempleo, entonces las demandas disminuyen y se pide trabajo y punto, sin añadir “buen”, que es la situación en la que nos encontramos ahora, con un elevadísimo paro.
Ahora bien, el desempleo se da cuando hay menos oferta de trabajo que la que desea la población que busca trabajo. Y ello puede deberse a varias razones. Una es que la economía está estancada y no hay suficiente demanda de productos y servicios, con lo cual las empresas disminuyen su producción y despiden a sus trabajadores. Es lo que está ocurriendo ahora. Pero, además de ello, hay causas estructurales que vienen existiendo desde hace muchos años. Una es el cambio tecnológico, que permite a un trabajador hacer lo que hacían antes veinte trabajadores. Otra es el desplazamiento de empresas a otros países, a los que se llevan puestos de trabajo. Y otra es la inmigración, que aumenta el tamaño de la población que demanda trabajo. Cada una de estas causas estructurales puede variar según decisiones políticas.
Pero otra manera de reducir el desempleo, que no se está explorando tanto como las anteriores, es aumentar la oferta de trabajo disminuyendo el número de horas trabajadas. Esto es precisamente lo que hizo la Administración Roosevelt con el New Deal, cuando el desempleo, durante la Gran Recesión, aumentó considerablemente. Dictó una ley en 1940 que estableció la semana laboral de cinco días, cuando antes era de seis días. Este cambio fue enormemente importante y, además de aumentar la calidad de vida de la población trabajadora (y de sus familias), aumentó enormemente la oferta de trabajo. De ahí que una medida de gran eficacia para crear empleo sería disminuir la semana laboral a cuatro días, cambio que, naturalmente, debería hacerse lentamente y sin que afecte negativamente a la producción de bienes y servicios. Es probable que los beneficios empresariales se redujeran al principio, lo cual explica la enorme oposición del mundo empresarial a tal medida. En realidad, su última demanda, propuesta por la Comisión Europea, de sensibilidad neoliberal, era aumentar la semana laboral de 48 a 65 horas.
Las rentas del trabajo, sin embargo, subirían, lo cual es un dato positivo desde el punto de vista de la eficiencia económica, pues parte del problema financiero y económico se basa en la excesiva polarización de las rentas, con una enorme exuberancia de los beneficios del capital a costa de la reducción de los beneficios del trabajo (ver mi artículo “Para entender la crisis. Así empezó todo en Estados Unidos”, Le Monde Diplomatique, junio de 2009). Y los datos están ahí para quien quiera verlos. El enorme aumento de la productividad que se ha dado durante el siglo XX en la mayoría de países de la OCDE (el club de países más ricos del mundo) ha beneficiado mucho más a las rentas del capital que a las rentas del trabajo. De ahí la importancia de revertir este hecho por razones de equidad, así como de eficiencia económica.


http://www.vnavarro.org/?p=4800