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viernes, 21 de enero de 2011

EL RETRASO DE LA JUBILACIÓN


El alargamiento de la edad obligatoria de la jubilación de los 65 a los 67 años afectaría de una manera muy desigual a distintos sectores de la población, como consecuencia de que España continúa teniendo clases sociales. Un burgués vive dos años más que un pequeño burgués que, a su vez, vive dos años más que una persona de clase media, la cual vive dos años más que una persona trabajadora cualificada, que vive dos años más que una persona trabajadora no cualificada, la cual vive dos años más que un trabajador no cualificado con más de cinco años en paro. La distancia entre la última y la primera es de diez años. El promedio de la UE-15 es de 7 años. (La distancia de dos años de longevidad entre las clases sociales es una aproximación, pues tiende a ser ligeramente inferior entre la  burguesía, pequeña burguesía y clases medias, y superior entre estas clases y la clase trabajadora).
A partir de estas cifras puede concluirse que puesto que la longevidad es tan distinta según la clase social, es profundamente injusto que todos deban obligatoriamente jubilarse al mismo tiempo. En realidad, para muchos cuyo trabajo es más intelectual que manual y que es fuente de goce y estímulo, tener que jubilarse a los 65 años es un perjuicio que puede dañar la salud de la persona. En EEUU, por ejemplo, un Catedrático puede trabajar hasta que lo desee, siempre y cuando alcance los niveles de exigencia que la universidad exige a todos los docentes. La jubilación es un derecho, no una obligación. No así en España, donde es una obligación, llegando al absurdo de que muchos profesionales deben jubilarse en pleno uso de sus facultades y competencias en profesiones y especialidades (como medicina), donde hay una enorme escasez de profesionales.
Pero este absurdo es incluso más injusto en la persona cuyo trabajo es más manual que intelectual, y para la cual el trabajo no es un instrumento de goce, sino un medio a partir del cual la persona obtiene los medios para poder vivir. Y grandes sectores de la clase trabajadora se encuentran en esta situación. Para esta persona exigirle que trabaje dos años más es una enorme injusticia, y ello debido a que se la homologa con otra persona que, además de tener un trabajo estimulante muy distinto, le sobrevivirá muchos años. Es profundamente injusto pedirle a la mujer de limpieza de la universidad que trabaje dos años más para parar mi pensión, ya que probablemente le sobreviviré seis u ocho años más.
Pero a esta injusticia se añade otra. Y es que el alargamiento de la esperanza de vida en los últimos treinta años, ha sido también muy desigual. La burguesía, pequeña burguesía y clases medias han visto su vida alargada mucho más rápidamente que la clase trabajadora. En EEUU, país que tiene un sistema de recolección y análisis de estadísticas sociales y vitales mejor que España, las clases con mayores rentas han incrementado notablemente su esperanza de vida durante los últimos treinta años. Tal incremento ha sido mucho menor, sin embargo, en las rentas inferiores (primordialmente trabajadores no cualificados), que no han visto crecer su esperanza de vida ni siquiera dos años, con lo cual el retraso de dos años de su edad de jubilación significaría incluso una reducción de sus periodos de pensionista en comparación con pensionistas en cohortes anteriores (Dean Baker and David Rosnick. The Impact of Income Distribution on the Length of Retirement. Center for Economic and Policy Research. October 2010). La relevancia de estos datos para España es enorme, pues mientras que en EEUU la mitad de los trabajadores que con 58 años trabajan en ocupaciones físicamente exigentes y/o en condiciones difíciles (difficult working conditions), este porcentaje es incluso mayor en España, donde el nivel de cualificación en la fuerza laboral es menor que en EEUU. De ahí puede concluirse que su longevidad es menor y ha crecido menos en los últimos treinta años que las clases de renta superiores. Tratar a todos por igual es una gran injusticia.
Otro problema que existe en la propuesta de retraso de la edad de jubilación es que se basa en supuestos erróneos. El argumento que se utiliza constantemente para indicar que el sistema de pensiones público es insostenible es subrayar que mientras ahora el gasto público en pensiones representa el 9% del PIB, en el año 2050 será del 15%, lo cual consideran que es insostenible. Este argumento lo han hecho una larga lista de instituciones y firmas de sensibilidad neoliberal. Y lo hizo hace unos días el nuevo Ministro de Trabajo, el Sr. Valeriano Gómez, en una entrevista en el rotativo de mayor difusión del país, en que utilizó el mismo argumento. Es más este último indicó que, aún cuando la productividad anual aumentara un 2% o un 2,5%, todavía sería insostenible.
Ello no es cierto. Si el crecimiento anual de la productividad fuera 2%, el PIB en 2050 sería 2.20 veces mayor que ahora. Ello quiere decir que si el PIB ahora es 100, en 2050 sería 220. Pues bien, mientras que ahora 9 unidades (el 9% del PIB) van a pensionistas, en 2050 serían 33 (el 15% del PIB), y para los no pensionistas, en 2050 serían 187 (220-33), mucho más que ahora, que son 91. Es decir, resultado del incremento de la tarta (más del doble), tanto pensionistas como no pensionistas tendrán muchos más recursos, pues estamos hablando de cantidades monetarias con la misma capacidad de compra en 2010 y en 2050. Es más, es probable que el PIB sea incluso mayor, resultado del crecimiento de la población que trabaja (ahora una de las más bajas de la OCDE). Si en lugar de 52% fuera 72% o 75%, el PIB sería incluso mucho mayor. La alarma es totalmente infundada. Lo que el estado debiera hacer es mejorar la productividad del país y facilitar la integración de la mujer al mercado de trabajo, en lugar de alargar obligatoriamente la edad de jubilación.

VICENÇ NAVARRO

lunes, 22 de noviembre de 2010

Trabajo y calidad de vida

El trabajo es la variable más importante para explicar la calidad de vida de la población adulta. Estudios científicos de los centros de investigación de la salud de EEUU (los famosos National Institutes of Health del Gobierno federal de EEUU) han mostrado que la variable más importante para explicar la longevidad (es decir, los años que una persona vive) de los ciudadanos estadounidenses es el tipo de trabajo que realizan. A mayor calidad del trabajo (es decir, a mayor posibilidad de mostrar en su puesto de trabajo la creatividad que todo ser humano tiene, a mayor control de su ambiente laboral y de sus condiciones de trabajo y a mayor satisfacción con su trabajo), mayor es el número de años que un ciudadano vive. En realidad, el trabajo configura las 24 horas del día, y no sólo las ocho horas de jornada laboral. Un carpintero, por ejemplo, tiene sueños distintos a un médico. Y el punto más débil de nuestras sociedades es que, para la mayoría de personas que trabajan, el trabajo no es, en sí, un medio de goce, creatividad y satisfacción, sino un mero instrumento para conseguir los medios –dinero– para que aquel individuo se sienta realizado en el mundo del consumo. La sociedad del consumo convierte el mundo del trabajo en mero instrumento para poder consumir.
Sin embargo, el trabajo es la variable más importante para configurar la vida de una persona. Lo que la persona tiene (el consumo) depende de lo que hace (trabajo). De ahí que la gente normal y corriente, en la gran sabiduría que le da su experiencia cotidiana, cuando quiere saber de una persona, después de preguntarle su nombre, suele preguntar: “Y usted, ¿de qué trabaja?”. Y cuando le responde a esta pregunta ya conoce mucho de la otra persona, incluyendo su nivel de consumo, tipo de vivienda que tiene y el tipo de vecindario donde vive, así como su estilo de vida, y un largo etcétera.
Pero el trabajo (la existencia de un buen trabajo) no es sólo un bien individual, sino también colectivo. Es decir, a más personas trabajando (y con un buen trabajo), mayor riqueza existe en un país. En realidad, el hecho de que seamos en España menos ricos que la mayoría de países de la UE-15 se debe a que tenemos menos personas trabajando que ellos. De ahí la enorme importancia de que las autoridades públicas ayuden a las mujeres a integrarse en el mercado de trabajo mediante el desarrollo de lo que en su día llamé “el cuarto pilar del bienestar” (ver mi artículo bajo este título en Público, 15-10-09), es decir, escuelas de infancia y servicios domiciliarios.
Ahora bien, para tener un buen trabajo primero hay que tener trabajo. Y este no abunda. Y ahí comienza el problema. Si todas las personas que desean tener trabajo (que son la mayoría de personas adultas) lo consiguieran y hubiera pleno empleo, la demanda no sería sólo de empleo, sino de buen empleo. Un buen empleo sería el objetivo central de la mayoría de la población adulta. Pero cuando hay un elevado desempleo, entonces las demandas disminuyen y se pide trabajo y punto, sin añadir “buen”, que es la situación en la que nos encontramos ahora, con un elevadísimo paro.
Ahora bien, el desempleo se da cuando hay menos oferta de trabajo que la que desea la población que busca trabajo. Y ello puede deberse a varias razones. Una es que la economía está estancada y no hay suficiente demanda de productos y servicios, con lo cual las empresas disminuyen su producción y despiden a sus trabajadores. Es lo que está ocurriendo ahora. Pero, además de ello, hay causas estructurales que vienen existiendo desde hace muchos años. Una es el cambio tecnológico, que permite a un trabajador hacer lo que hacían antes veinte trabajadores. Otra es el desplazamiento de empresas a otros países, a los que se llevan puestos de trabajo. Y otra es la inmigración, que aumenta el tamaño de la población que demanda trabajo. Cada una de estas causas estructurales puede variar según decisiones políticas.
Pero otra manera de reducir el desempleo, que no se está explorando tanto como las anteriores, es aumentar la oferta de trabajo disminuyendo el número de horas trabajadas. Esto es precisamente lo que hizo la Administración Roosevelt con el New Deal, cuando el desempleo, durante la Gran Recesión, aumentó considerablemente. Dictó una ley en 1940 que estableció la semana laboral de cinco días, cuando antes era de seis días. Este cambio fue enormemente importante y, además de aumentar la calidad de vida de la población trabajadora (y de sus familias), aumentó enormemente la oferta de trabajo. De ahí que una medida de gran eficacia para crear empleo sería disminuir la semana laboral a cuatro días, cambio que, naturalmente, debería hacerse lentamente y sin que afecte negativamente a la producción de bienes y servicios. Es probable que los beneficios empresariales se redujeran al principio, lo cual explica la enorme oposición del mundo empresarial a tal medida. En realidad, su última demanda, propuesta por la Comisión Europea, de sensibilidad neoliberal, era aumentar la semana laboral de 48 a 65 horas.
Las rentas del trabajo, sin embargo, subirían, lo cual es un dato positivo desde el punto de vista de la eficiencia económica, pues parte del problema financiero y económico se basa en la excesiva polarización de las rentas, con una enorme exuberancia de los beneficios del capital a costa de la reducción de los beneficios del trabajo (ver mi artículo “Para entender la crisis. Así empezó todo en Estados Unidos”, Le Monde Diplomatique, junio de 2009). Y los datos están ahí para quien quiera verlos. El enorme aumento de la productividad que se ha dado durante el siglo XX en la mayoría de países de la OCDE (el club de países más ricos del mundo) ha beneficiado mucho más a las rentas del capital que a las rentas del trabajo. De ahí la importancia de revertir este hecho por razones de equidad, así como de eficiencia económica.


http://www.vnavarro.org/?p=4800

miércoles, 22 de septiembre de 2010

LA CARTA QUE EL PAÍS NO PUBLICÓ VICENÇ NAVARRO

NO SOMOS UNA SOCIEDAD DE CASTAS

Sería de desear que los medios no transmitieran una imagen de
España que la convierta en un país de castas: la alta, la media y la
baja. Esto es lo que ocurre en los medios cuando constantemente se
refieren a la estructura social de España como si ésta se dividiera en
clase alta, clase media y clase baja (véase la descripción de la
encuesta sobre los hábitos de los españoles en El País. 11.09.10). Me
parece bien que se utilicen los términos de clase de renta alta, de
renta media y de renta baja, pero me parece un insulto a las
personas que tienen una renta baja que se las defina como clase
baja. Esta terminología nos convierte en una sociedad de castas, en
la que las personas de renta b aja se convierten en la casta baja. El
término científico para definir clases es burguesía, pequeña
burguesía, clase media y clase trabajadora (cualificada y no
cualificada).