Era verano, hacía calor y la vida corría a borbotones por mis venas . Aquella tarde el cielo tenía un color inmensamente azul, mezclado con risas y horizontes abiertos, y en los campos de margaritas se escribía una breve historia de amor. Era la hora en que las lagartijas brincaban de piedra en piedra y los árboles extendían sus ramas sobre las jaras. Se estaba bien allí: estaba claro; uno podía ser feliz.
De pronto se levantó viento. Tú diste un grito y con un gesto alegre me señalaste al cielo. Sobre el bosque de pinos se elevaban nubes inmensas de polen amarillo. Luego, despacio, el ciclo de la vida se fue extendiendo valle abajo. El bosque entero parecía estar envuelto en niebla.
Contemplamos aquella escena en silencio, abrazados, y yo en aquel instante sentí en cada poro de mi piel que el mundo era un lugar muy especial.
Recuerdo aquel verano donde uno podía ser feliz en cualquier parte.
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