Cuando tienes veinte años y un motor “entre las piernas” te crees un superhombre. No solamente ignoras el riesgo si no que lo buscas como una forma de erotismo. La testosterona nos hace ignorar la muerte y el alcohol y otras drogas potencian nuestra agresividad y barren la prudencia. Yo me considero un superviviente de una época en que el coche era como el corcel desde el que nos batíamos a muerte con otros “caballeros” tan locos como nosotros.
Por desgracia algunos mueren o quedan tocados para siempre en este torneo tan absurdo sin tener tiempo a enmendar sus errores. Sea en automóvil, en deportes de riesgo o jugando a la ruleta rusa, la juventud siempre ha retado a la muerte a una partida de ajedrez como aquella que se libra en “El manantial de la doncella”, una partida que a la larga siempre acaba ganado “La vieja dama”.
Celebro que al menos quedemos algunos “lanceros” para recordar a los más jóvenes que el valor se demuestra de otra manera y que la vida es un don sagrado que debemos proteger y respetar. Creo que tanto tú como yo, hicimos propósito de la enmienda, aunque el acto de contrición no fue demasiado intenso