Foto: Dani Duch
Ni un segundo más
Incluso cuando los recortes presupuestarios son imprescindibles hay que saber ver la línea roja: es la que pasa entre la vida o la muerte. Y está en la Sanidad. Los profesionales a los que debemos nuestro gran éxito mundial, los trasplantes de órganos, me recuerdan que sólo son posibles gracias a la gratuidad y por tanto a la solidaridad de todos. Y apuntan que hay muchos coches oficiales, dietas, viajes y gastos suntuarios de los políticos –¡aumentemos su productividad!– que se pueden recortar antes de hacer esperar a un enfermo en una lista y antes de que un niño –temen que sucederá tras las elecciones– tenga que sufrir un solo segundo de más por el trasplante que necesita.Eran noticia y son milagro cotidiano.
En el que somos el referente mundial. ¿Cómo lo hemos conseguido? Pericia médica, madurez ciudadana y una organización compleja y eficaz. Fíjese en el trasplante de cara: sólo se han hecho 14 en la historia y ya los hemos sistematizado como si se hubieran hecho toda la vida.
¿Somos más generosos donando?
Somos los mejores –y la Sanidad catalana fue y es pionera y ejemplar– organizando: aviones, helicópteros, ambulancias y profesionales de altísima cualificación contra reloj. Por eso hacemos más trasplantes –y con más éxito– que ningún otro país. Más que Suecia o Finlandia, por ejemplo, donde tienen más donantes potenciales.
¿Cuál es el secreto?
Precisamente esa organización eficaz. Donas un órgano porque sabes que el sistema funciona y es justo, y que –rico o pobre– tendrás idénticas posibilidades de obtener un órgano –tú o los tuyos– cuando lo necesites.
Por eso en EE.UU. no funcionan igual.
Porque cuando la Sanidad no es gratuita, no es buena –ni para pobres ni para ricos– y la prueba son los trasplantes. Uno de riñón cuesta unos 50.000 euros: si sólo pudiera beneficiarse de él quien puede pagarlo, los pobres no los donarían, porque sabrían que ellos no podrían permitirse ser trasplantados y, al final, también los ricos se quedarían sin donaciones.
¿Y si hay menos accidentes de tráfico?
Es que ya hay menos, y por eso hoy sólo el 5 por ciento de los órganos proviene de accidentes. Los trasplantes han cambiado como nuestra sociedad. Por ejemplo, cuando empezamos, excluíamos del programa a mayores de 50 por mayor riesgo. Hoy trasplantamos a receptores de 80 y más.
Envejezco más tranquilo al saberlo.
Y hemos incorporado a los inmigrantes al sistema mejor que ningún otro país : precisamente porque saben que nuestro sistema de donaciones es justo y eficaz.
¿No se niegan a donar por religión?
Aquí se han integrado. Tenemos un 11 por ciento de inmigrantes en el censo y un 9 por ciento de las donaciones ya las hacen ellos. Francia, el Reino Unido o Alemania, en cambio, no han logrado que sus inmigrantes donen sus órganos.
¿No teme un recorte presupuestario?
Lo temo, y más tras las elecciones locales. Y sería un error, porque veamos: convendrá conmigo en que dejar morir a alguien por falta de un órgano no es una opción en un país como este, que no es tercermundista.
Absolutamente.
Y cuando tienes insuficiencia renal: o haces diálisis o recibes un trasplante o te mueres.
¿Y con otros órganos pasa igual?
Lo mismo. Pero analicemos los costes y el posible recorte en los trasplantes de riñón, que son los más habituales: una diálisis cuesta 40.000 euros al año y un trasplante, 50.000, pero, al segundo año, el coste del trasplantado cae a 5.000 o 6.000...
Está claro que la diálisis es más cara.
Pero la tentación del político ineficaz es cerrar quirófanos y alargar listas de espera: así consigue un ahorro de entrada ese ejercicio, pero, al cabo de dos o tres años, acaba derrochando nuestro dinero.
Si no son intervenciones urgentes...
Deberíamos considerar quién considera urgente o no una intervención. ¿Sabe el coste de tener a un ciudadano en su casa esperando una intervención “secundaria” de rodilla? Pero es que, además, la cirugía ahorra dinero público. Si no hubiéramos trasplantado riñones, por ejemplo, ahora tendríamos 20.000 pacientes más en diálisis.
Y eso sería carísimo.
Representaría más del doble de lo que cuestan todos los trasplantes que hacemos en España al año. Incluso los de cara, que son costosos –175.000 euros–, no lo son tanto si pensamos en la alternativa, que podrían ser una decena o más de operaciones sucesivas.
Sin citar el ahorro en sufrimiento.
Hablo sólo de las cifras: ahorrar en quirófanos es un derroche, aunque inmediatamente después del tijeretazo parezca un ahorro.
Pocos políticos piensan a largo plazo.
¡Qué me va a decir! En mis 22 años dirigiendo la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) he tratado con once ministros e incontables consejeros de Sanidad...
¿Y qué ha aprendido?
Lo que hemos demostrado en este país con los trasplantes. Nuestra Sanidad necesita un gobierno clínico: de técnicos que, además, sepan de gestión, y no de meros políticos o contables que meten la tijera y luego envían al ministro de Sanidad a aguantar el chaparrón. En realidad, el ministro de Sanidad acaba siendo el de Economía.
Sobre el papel... ¡es tan fácil recortar!
¿Y cerrar quirófanos, alargar listas de espera es el único ahorro posible?
¿Se le ocurren otros?
Yo sufro especialmente cuando veo a un niño en una lista de espera por un órgano.
Todos sufrimos al verlo.
¿No podrían los políticos recortar más en otras partidas? ¿De verdad necesitamos todos sus coches oficiales; asesores; todas esas embajadas y viajes y gastos suntuarios y de representación?