La talla de los hombres se mide en los extremos, cuando están hundidos y cuando están en la cumbre. Personas que dominan la situación en la cresta de la ola, se hunden cuando esta rompe contra las rocas, mientras otros que pasan inadvertidos durante las épocas de euforia, asumen el liderazgo durante las crisis y son capaces de controlar y dirigir situaciones dramáticas que de otro modo acabarían en tragedias.
Pero hay un tercer prototipo, y son los pescadores en aguas revueltas. Durante la burbuja expansiva, especulan, crecen, y adquieren carisma, el ciudadano de a pie los observa con admiración, crean empresas, levantan ciudades, y crean puestos de trabajo. Estos caballeros, no reinvierten sus beneficios, los trasvasan a paraísos fiscales defraudando al fisco y descapitalizando las empresas. Mientras la onda expansiva se mantiene, suscriben préstamos, emiten obligaciones y captan dinero de los incautos que ven en ellos lo que desearían se y no son, salen en los medios de comunicación y políticos y banqueros comen de sus manos, levantan imperios, pero esos imperios son de cartón piedra.
Cuando la burbuja revienta, aprovechando su carisma, siguen captando ingentes cantidades de dinero a cambio de intereses desmesurados, cuando la banca ofrece un 3% ellos echan el resto y ofrecen un 10, como en timo del tocomocho, tanta culpa tiene el estafador como el estafado, con este dinero acallan a los bancos y ganan un tiempo precioso para ir preparando la hecatombe, una vez descapitalizadas las empresas y agotado el grifo crediticio, es el momento de bajar el telón.
Cuando los incautos se percatan, resulta que el valor patrimonial de las empresas es ínfimo comparado con la deuda y como los beneficios reales están a buen recaudo, los acreedores se quedan con el culo al aire, mientras ellos pueden prometer y prometen que pagarán a todo el mundo o se pegaran un tiro si su dios se lo permite.
Mientras miles de pequeños empresarios han apostado todo su patrimonio por mantener a flote sus empresas, mientras autónomos y trabajadores ven peligrar sus puestos de trabajo o sencillamente caen en el abismo del paro, estos carroñeros salen adelante comprando voluntades y corrompiendo a quien se interpone en su camino.
Si de verdad hubiera justicia, a estos trileros de vidas se les debería condenar a trabajos forzados mientras no devolvieran hasta el último euro sustraído, pero en el mejor de los casos, pasarán un temporada en un penal con suites especiales para VIPS y después, cuando el escándalo se ha olvidado, saldrán por la puerta trasera y se irán a la Islas Caimán a gozar de su botín de guerra, incluso puede que editen un libro y se venda como pan caliente.
La talla de los hombres se mide en los extremos, pero a estos asesinos de guante blanco habría que exterminarlos porque son lo peor de la especie, suponiendo que pertenezcan a ella.
JUANMAROMO