Joan Barril Periodista
En la historia de los pueblos solo hay algo tan grave como la falta de libertad. Se trata de la perplejidad. Y hoy no hay día en el que no encontremos una especial cadencia de hechos incomprensibles que nos afectan directamente y nos dejan sumidos en la falta de futuro. El hecho de no entender es sinónimo de no poder avanzar.
Hace algunos años que ya hemos dejado de entender la economía, esa actividad humana que mantiene el beneficio de unos pocos a cambio de la desgracia de muchos. También hace unos meses que he dejado de entender a los directivos del Barça, que de adornar las camisetas del equipo con las siglas de una causa noble, Unicef, han decidido vender su imagen a la Catar Foundation, un conglomerado de actividades dinerarias e ideológicas sobre las que se sustentan algunas de las actitudes más discriminatorias respecto a las mujeres de la religión que practican.
Por supuesto tampoco acabo de entender que la oferta educativa de un país que se reclama del futuro ponga en el mismo saco el ahorro de sus administraciones junto a la consagración de la falta de oportunidades de sus ciudadanos. De la misma manera me es absolutamente paradójico que en tiempos de comunicación global, cuando nos es tan fácil ver el tiempo de celo del oso polar haya gobernantes que se resisten a que una señal televisiva vecina llegue a los hogares de una parte importante de sus telespectadores. De la misma manera que lleva a la sinrazón la alharaca sobre el desempleo creciente y la publicidad sobre viajes trasatlánticos o sobre la oferta de coches de gama alta.
Hasta ahora tampoco entendía de fútbol, pero en los últimos años empezaba a hacer progresos. Hasta que el sábado pasado la acción arbitral me hizo dar de bruces con la realidad inapelable de los jueces. Lo mismo que me sucede cuando dejo de entender la animadversión que ciertos miembros de la judicatura practican respecto deBaltasar Garzón. La vida debe ser una lotería y ahora entiendo que, comprando los números de la razón, jamás ganaremos nada.
Por supuesto tampoco acabo de entender que la oferta educativa de un país que se reclama del futuro ponga en el mismo saco el ahorro de sus administraciones junto a la consagración de la falta de oportunidades de sus ciudadanos. De la misma manera me es absolutamente paradójico que en tiempos de comunicación global, cuando nos es tan fácil ver el tiempo de celo del oso polar haya gobernantes que se resisten a que una señal televisiva vecina llegue a los hogares de una parte importante de sus telespectadores. De la misma manera que lleva a la sinrazón la alharaca sobre el desempleo creciente y la publicidad sobre viajes trasatlánticos o sobre la oferta de coches de gama alta.
Hasta ahora tampoco entendía de fútbol, pero en los últimos años empezaba a hacer progresos. Hasta que el sábado pasado la acción arbitral me hizo dar de bruces con la realidad inapelable de los jueces. Lo mismo que me sucede cuando dejo de entender la animadversión que ciertos miembros de la judicatura practican respecto deBaltasar Garzón. La vida debe ser una lotería y ahora entiendo que, comprando los números de la razón, jamás ganaremos nada.