Estoy sentado frente al hogar viendo prender un tronco nuevo, las brasas lo rodean y acaban lamiendo su corteza con sus lenguas de fuego. El calor del fuego de leña es un calor vital, un calor que transmite energía e invita al relax y a la confidencia. Desde que Prometeo nos entregó el fuego del Olimpo, el hombre ha danzado bajo se hechizo y ha fundado sus hogares y su cultura alrededor de sus llamas. Aún recuerdo las largas veladas en el pueblo, sentados en los bancos de madera que rodeaban el hogar, escuchando las historias del abuelo, mientras las brasas daban sus últimos suspiros y los gatos aprovechaban el rescoldo antes de salir de caza nocturna.
El hombre moderno ha perdido muchas de las cosas por las que valía la pena vivir, la solidaridad, la confianza, el cielo estrellado, y esa mágica danza de la vida crepitando entre las piedras del hogar, en su lugar hemos entronizado el egoísmo, el recelo, la noche de neón y los radiadores anodinos que calientan pero no dan calor.
Mientras el viento aúlla tras los cristales y el cielo llora con lágrimas heladas, cierro los ojos y siento como la vida me posee y me fecunda con una sabia nueva. Las llamas iluminan la estancia con esa luz mágica que desde siempre ha cautivado a los hombres y dibujan en las paredes sombras que parecen contar una historia. Por suerte siempre habrá un lugar donde podamos iniciarnos en los misterios de Vulcano, un hogar donde los lares nos enseñaran que lo auténtico sobrevive en las catacumbas de nuestra alma y que basta un soplo de amor para despertarlo.
Me espera una alfombra de lana y una vestal con los brazos abiertos para acunar mis ansias al amor de la lumbre. Que la noche os sea propicia y placentera.
JUANMAROMO