Hace unas horas hablaba con una amiga de toda la vida, repasábamos nuestras vivencias, nuestra trayectoria vital, lamentábamos que aquellos ideales y anhelos de cambiar el mundo se hubieran ido desvaneciendo, o quedaran desgarrados entre las zarzas del camino. En mi juventud aposté muy fuerte por la libertad, era época de lucha contra la dictadura, contra la represión de la iglesia, contra el machismo. Creíamos en las ideologías, confiábamos en los líderes y nos sentíamos capaces de de vencer gigantes y desfacer entuertos. Pasaron los años y supimos que los líderes no eran dioses, que las ideologías eran manipuladas y que las banderas solo servían para cubrir a los que morían por ellas, pero hay algo que nada ni nadie consiguió robarme, la fe en el ser humano.
En mi escala de valores, la justicia, la coherencia y el respeto siempre ocuparon los primeros peldaños, y el amor, la familia y la paz interior quedaban a años luz de mi interés por el dinero. A través de los años, he tenido que tragar sapos y serpientes, masticar silencios impuestos y caminar por la cuerda floja que separa los intereses bastardos de la pura supervivencia, he tenido que hacer cosas impensables y vomitar creencias que se habían convertido en dogmas.
Comprendí que la vida no era en blanco y negro, que el arcoíris tenia infinitos matices y que la verdad era solo el espejo donde se refleja nuestra ignorancia, sufrí el zarpazo del desencanto, la escarcha del desaliento y por un momento me sentí perdido y desorientado, pero una cosa tenía claro, si tenía que morir, moriría matando.
Comprobé que todos tenemos un precio, sea en dinero, en poder o simplemente en miedo, que a veces tenemos que hartarnos del agua que juramos no beber y que duele más un puñal en la espalda que una flecha en el corazón.
Cada uno perseguimos la felicidad por distintos caminos, caminos que a veces convergen y a veces se separan, hay quien apuesta por el dinero como Meca y vende su alma por llegar a lo más alto, hay quien sacrifica en aras del poder su vida sus ideales y a todo el que se interponga en su escalada.
Sentado en un recodo contemplando el paisaje, recapacito y pienso que he tenido suerte. Si la talla de un hombre se mide por la de sus enemigos, debo ser menudito, porque jamás tuve enemigos, o al menos no reconocí a nadie como tal, la vida me regaló una compañera con la que espero disfrutar del resto del camino y solo pido que este sea largo y tener la fuerza para recorrerlo con dignidad sin soltarnos jamás de la mano. La belleza está en los ojos de quien la contempla y el paisaje de mi vida ha sido intenso y riquísimo en matices, no he alcanzado la fama y el dinero me rehúye pero he conseguido lo que busqué desde un principio, el amor y la paz interior, que la vida me de la sabiduría para conservarlos.
JUANMAROMO