Benedicto XVI afirma que ha sido voluntad de Dios la meteórica beatificación de su predecesor, Juan Pablo II. Quizá los designios del Señor sean inescrutables, pero tampoco hace falta regresar al medievo y burlar a la razón. Esa facultad puesta a prueba ante el supuesto milagro del nuevo beato: la sanación de una religiosa enferma de párkinson. La misma enfermedad que sufría el homenajeado.
Emma Riverola
Este acelerón hacia los altares es una muestra de agradecimiento del actual Papa al hombre que le encaró hacia el trono de Pedro. Es un modo de seguir aprovechando la estela mediática de un vicario que entendió como nadie la comunicación de masas. Y es, también, la reafirmación del camino que ambos emprendieron: el retorno de la Iglesia a sus posiciones más integristas.
Juan Pablo II era el carisma bajo los focos, y su estrecho colaborador, el entonces cardenal Ratzinger y actual Papa, como presidente de la antigua Inquisición, era el represor de los teólogos discordantes. Ambos ensalzaron la familia tradicional, se enrocaron en la moral más retrógrada, silenciaron las denuncias de pederastia y se olvidaron de los cristianos de base. Aquellos que, fieles al Evangelio, defienden una Iglesia que luche por la justicia y la igualdad, despojada de poder y riqueza. Juan Pablo II animó a los cristianos a no tener miedo de llamarse cristianos. Algunos espectáculos, más que miedo, provocan vergüenza.Emma Riverola