Emma Riverola Escritora
AMohamed Buazizi, un joven informático que malvivía vendiendo frutas y verduras, la policía le requisó la parada. Él, desesperado, se inmoló ante el ayuntamiento de su pueblo y prendió la mecha de la revuelta en un país colmado de jóvenes como Buazizi, titulados universitarios, en paro y con hambre de libertad, trabajo y futuro. Los jóvenes se alzaron. Y se sumó una mayoría harta de debatirse entre el despotismo de un Gobierno corrupto o el integrismo medieval.
Con una insólita premura, casi sin tiempo para asimilarlo, estamos asistiendo a la primera revolución popular en el Magreb desde la independencia. Miramos al sur y podemos sentir un aliento de esperanza, de coraje y de admiración. Volvemos la mirada a nuestros gobiernos y nos preguntamos si, esta vez, apostarán por la justicia, la democracia y los derechos humanos o si Europa continuará bendiciendo, de forma sistemática y mezquina, a todos los gobiernos árabes que protegen nuestros intereses a costa de aplastar a sus súbditos. Una Europa a la que poco parece importarle las represiones sangrientas ni las torturas sistemáticas si, a cambio, nos sirven de muro de contención del integrismo y dan paso libre a nuestros suministros energéticos.
Hoy, cuando el viento de la libertad sopla en el Sur, la vieja Europa no debería sucumbir al interés miserable ni a la vacilación. El reto no admite medias tintas.
Hoy, cuando el viento de la libertad sopla en el Sur, la vieja Europa no debería sucumbir al interés miserable ni a la vacilación. El reto no admite medias tintas.