Emma Riverola
El escritor israelí Amos Oz, al recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, habló de una mujer. No de una en concreto, sino de la imagen de una mujer asomada a una ventana. Podía ser una mujer palestina o israelí. Desde la calle solo se distinguiría un rostro, pero si nos acercáramos a ella a través de las páginas de una novela, podríamos pasar al salón de su casa, visitar el cuarto de los niños, su dormitorio; conocer sus penas, sus alegrías y hasta sus sueños. Oz reivindicaba el papel de la literatura como puente entre pueblos, la imaginación del prójimo como un modo de inmunizarse contra el fanatismo.
El hombre que la noche del viernes pasado penetró en el hogar de una familia de colonos judíos y asesinó a los padres y a tres de sus hijos mientras dormían no sabía nada de los sueños de aquellas personas. Solo conocía su propia rabia y, quizá, su miedo. Las imágenes de esos cuerpos ensangrentados, incluida la del bebé de tres meses apuñalado junto al padre, han sido difundidas por el Ministerio de Información israelí «para mostrar al mundo con qué tipo de animales están tratando». Pero esas fotografías no hacen más que profundizar en la oscuridad. Los israelís y los palestinos lo saben todo de su propio odio y terror, pero solo ven en el otro el reflejo de su crueldad. Mientras, la mujer en la ventana, sea quien sea su dios, suplica un sueño de paz para sus hijos.
El escritor israelí Amos Oz, al recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, habló de una mujer. No de una en concreto, sino de la imagen de una mujer asomada a una ventana. Podía ser una mujer palestina o israelí. Desde la calle solo se distinguiría un rostro, pero si nos acercáramos a ella a través de las páginas de una novela, podríamos pasar al salón de su casa, visitar el cuarto de los niños, su dormitorio; conocer sus penas, sus alegrías y hasta sus sueños. Oz reivindicaba el papel de la literatura como puente entre pueblos, la imaginación del prójimo como un modo de inmunizarse contra el fanatismo.