Emma Riverola
La democracia se nos ha ido cubriendo de mugre año tras año. En los tiempos de bonanza todos nos olvidamos un poco de ella y las capas de roña se fueron amontonando. Así siguió hasta que un día fuimos a buscar su protección frente a los desmanes del mercado y, al mirarla de nuevo, descubrimos que de tanta porquería se nos había quedado inutilizada.
Nos ha costado reaccionar. Durante meses la hemos contemplado aturdidos y hemos elaborado mil teorías sobre qué método de higiene sería más adecuado aplicarle. Hasta que han llegado los jóvenes. Y, sin pensárselo dos veces, se han plantado delante de la democracia con un cargamento de lejía. Un parado les ha alcanzado un estropajo. Una jubilada ha traído un cubo con agua. Y al zafarrancho se han unido unos cincuentones que querían volver a soñar, unos treintañeros hartos del mileurismo y tantos y tantos miles de indignados o, simplemente, desencantados. Hoy, en estas páginas, se informa de los vencedores en las urnas. Que se preparen. Con una mano, son muchos los que han depositado un voto en las urnas, pero en la otra llevan un estropajo con lejía. Lejía para desinfectar las poltronas del poder y liberarlas de corruptos. Lejía para exigir transparencia en la labor de nuestros representantes y mayor control en sus organizaciones. Lejía para ver el verdadero rostro de la democracia y, sencillamente, volver a creer en ella.