En un país donde todo se tambalea, donde toda seguridad es incierta y donde toda esperanza es lejana, siempre queda un recurso: Belén Esteban. Para mucha gente se ha convertido en un modelo a seguir y un oráculo de consulta obligada e infalible. Es el nuevo chamán de la tribu, la nueva diva de la hipercultura del hipermercado de la hipertelevisión... Es la hostia, vaya. Dice inconveniencias de tomo y lomo y las disfraza de verdades que dice que todos piensan y nadie se atreve a decir. Tiene muchos seguidores. Pero su fuerza y naturalidad residen, más que en decir lo que piensa, en no pensar mucho lo que dice. Todo un ejemplo y un paradigma de populismo, demagogia y -quizá que no le demos más vueltas- de mala educación.
Pues bien, de eso quería hablar, de la educación. Resulta que Telecinco, como si Belénprincesa se encontrara con su pueblo. De todas las preguntas, me quedo con la de un profesor que reclamó un mayor compromiso con la educación por parte de la diva y de la cadena. Lo dijo por la influencia que su ejemplo tiene entre los jóvenes con los que él trata. El profesor, según dijo, se empeña en infundir los valores del esfuerzo, el trabajo y el respeto a los demás entre sus alumnos, pero estos le dicen que con eso no irían a ninguna parte, que ellos a quien quieren parecerse es a Belén Esteban y a los concursantes de Gran Hermano. El profesor, que pedía ayuda y comprensión, se encontró con la cínica contundencia de la princesa y el presentador del espacio: «¿Educar? -le respondieron-. ¡Ese no es nuestro trabajo, para eso están las escuelas!». Y rieron. Y el público aplaudió. Y dijeron que ellos ni pueden ni quieren educar a nadie. Y el profesor ponía cara de circunstancias, pensando en cómo lo recibirían al día siguiente sus alumnos. Y yo me pregunté: ¿cómo algunas cadenas privadas son incapaces de asumir la más elemental responsabilidad pública? ¿Cómo, a diferencia de otros países de Europa, aquí se les da la licencia y después no se se les exige prácticamente nada?
Francesc Escribano
Francesc Escribano