Al cabo de unos años, el marido falleció y se
quedo ella sola con una pensión con la que apenas podía sufragar los gastos.
A pesar de los consejos del notario, los hijos
no renunciaron a “La legítima”, con lo cual, ella no podía pagar una asistenta
que le ayudara a mantener la casa en condiciones, aduciendo que si no podía
valerse por sí sola ingresara en una residencia; a pesar de los ruegos y
peticiones, no consiguió ningún tipo de ayuda para poder asegurarse una vida
digna.
Pasaron los años y ella se las ingenió para
mantener su casa como nueva y que no le faltara de nada, incluso se pudo
permitir algunos viajes, también se ganó el cariño de sus nietos con sus mimos,
cuidados y regalos.
Cuando la vida le concedió libertad absoluta,
los herederos fueron a reclamar la herencia y se encontraron con la sorpresa de
que la casa ya no estaba en el patrimonio familiar y que los nietos eran los
herederos universales, la madre harta de sufrir privaciones y antes de ingresar
en una residencia, contrató un “vitalicio” con el banco, este le pasaba de por
vida una pensión mas que suficiente para vivir como se merecía a cambio de que
a su muerte, la casa pasaría a ser propiedad del banco; de nuevo volverían a disfrutar de “la
legitima”
A veces “la avaricia rompe el saco” negar a una
madre la herencia de todo lo que se había ganado en su vida es un pecado que a
veces exige una durísima penitencia.
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