La prensa, la literatura médica, el lenguaje diario nos habla de “órganos sexuales” refiriéndose a esos órganos que nos permiten reproducirnos y que son anatómicamente reconocibles, pero esa definición es totalmente errónea, todo nuestro cuerpo es un órgano sexual y no solo el cuerpo, nuestra voz, nuestra mirada, nuestras palabras, nuestros silencios y sobre todo, nuestro cerebro,
La piel, las manos, los ojos, los cabellos, cada uno de ellos por separado pueden ser una fuente de placer y de erotismo, los órganos puramente reproductores son instrumentos indispensables para el concierto, pero sin una partitura, una batuta y un escenario adecuado, la sinfonía puede acabar en un completo fracaso.
El amor es la inspiración que se plasma en el pentagrama de la piel y que cada uno de nosotros interpreta en un dueto irrepetible; el cuerpo es el medio, pero es el alma quien dirige la sinfonía y corona la apoteosis final, ese éxtasis místico al que fisiológicamente llamamos orgasmo.
Un solo puede ser brillante, un dueto puede ser antológico, pero solo alcanzaremos el apoteosis sensorial, ese “molto vivace” cuando el amor inspire la partitura y dirija nuestra orquesta con ternura, entrega y energía,
Hagamos que cada compás, cada acto, cada concierto sea irrepetible, porque su música celestial nos acompañará para el resto de nuestra vida.
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