Yo nunca he tenido grandes amigos. Ni siquiera imaginarios cuando era pequeño. Tengo un piso lleno de mierda, una oficina sin ventanas, la obligación de madrugar cada mañana, y una ciudad adoptiva donde reina el caos.
Pero sin embargo, cuando apareció esa manchita en mi brazo y me puse a hablar con ella, me pareció de lo más natural. Veíamos juntos la tele, le enseñaba las fotos de las revistas del corazón, le comentaba las noticias. Hasta hacíamos crucigramas. Aunque he de reconocer que en esto mi amiga no era de gran ayuda. Antónimo de paraíso. El de cielo, infierno. Pero el de paraíso... mi vida, por ejemplo. Mierda, no cabe.
La manchita estaba encantada con mi compañía. Y, al igual que las plantas, con mi conversación, crecía cada día. Y se puso tan gorda y lustrosa que daba gloria verla.
Entonces fue cuando se me pasó por la cabeza: ¡No serás un cáncer cabrón que me está matando!
- Es un cáncer cabrón que le está matando.
Y yo que pensaba que era usted uno de esos hipocondríacos patológicos, que llegan siempre a consulta pidiendo un montón de pruebas sin tener nunca nada. Y qué voy a hacer yo, pues atender a esos pobres locos, para que se vayan tranquilos. Pero usted, señor Vázquez, usted sí que se puede marchar tranquilo, no es usted hipocondríaco. Eso sí, vigile su dieta, que el colesterol lo tiene un poco alto. Y deje de fumar.
Salí de allí impresionado. No podía creerlo. No de mi mancha. ¡La muy puta! Ten amigos para esto. En la calle levanté la mirada y ese cielo siempre gris me conmovió por su belleza. Y por la calle sólo me crucé con mujeres hermosas. Y me dejaría sodomizar si con ello pudiera tener la opción de volver a trabajar a mi mugrienta oficina durante veinte o treinta años más. Después de todo lo de mugrienta era un decir...
PAT
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