Tomo entre mis manos un vinilo y lo voy
desnudando con cariño y ternura, lo libero de su funda acartonada y del camisón
transparente que me impide disfrutar sus encantos. Lo tiendo sobre el lecho
giratorio y dejo que un diamante acaricie su exquisita epidermis arrancándole
suspiros, gritos y susurros mientras me tiendo en mi butaca y admiro su
preciosa portada. Cierro los ojos y me dejo llevar hacia el futuro remoto y el
pasado imperfecto cabalgando a lomo de esa espiral de surcos sempiternos
mientras enciendo la pipa y respiro sus mágicos aromas saboreando un escoces
gran reserva.
La música me envuelve, me elevo al infinito o
me sumerjo en las profundidades del averno mientras el disco gira a mi
alrededor y me arrastra a través del tiempo y el espacio.
Tengo YouTube, Spotify y miles de C.D. pero
nada como el ceremonial de liberar un disco de su funda y dejar que te acaricie
con sus trinos de agradecimiento mientras lees los secretos que esconde su
portada, la vida está hecha de pequeños detalles que hacen que a pesar de los
pesares valga la pena ser vivida y este es uno de ellos.
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