Estoy cenando en la terraza de un restaurante, un menú exquisito regado con unos caldos excelentes, pero en la mesa adyacente hay un aquelarre de fumadores que contaminan el ambiente rompiendo el encanto. Me levanto y al pasar junto al conclave suelto un sonoro y perfumado cuesco brindandoles la faena. Uno de los oficiantes se levanta hecho una furia increpandome de cerdo, maleducado y grosero.
-Tiene usted razón, pero reconozca que ustedes son cinco contra uno, que mi arsenal biológico no es ilimitado como sus colillas y que además mis cuescos son biodegradables, orgànicos y no cancerígenos-
y me despido con un traca digna de las fallas ante el desconcierto de los comensales que han vuelto a calzarse las mascarillas.
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