Dicen que nací con la pluma en la mano, antes de saber escribir, contaba cuentos, mas tarde recreaba a mis compañeros de clase con mis “aventis”, facultad que me costó capones, coscorrones y más de algún fin de semana encerrado en clase.
Mi padre me recitaba poemas de Espronceda que yo parodiaba para jolgorio de mis amigos “Con dos cojones por banda…”, pero fue Bécquer quien me hizo tomar la pluma en serio y mojarla en la tinta de sus rimas.
Durante mi primera juventud atraqué de puerto en puerto entre tormentas de alcohol y marejadas de sexo hasta que una tarde se hizo la luz, se abrieron los cielos y apareció ella.
Toda mi poesía desde entonces lleva su impronta; amor, dolor, remordimiento, arrepentimiento; juntos hemos pilotado la nave de la vida con pulso firme y rumbo decidido a pesar de mis devaneos con sirenas y odaliscas, pero no solamente ha sido mi musa, es también mi guía, mi timonel, la mano que corrige mis errores, que enmienda mis faltas y que tras arduas controversias acaba plasmando sus puntos y sus comas en mis poemas salvando los escoyos que la gramática y las licencias poéticas interponen en cada estrofa, en justicia, mis libros deberían ir firmados por ambos.
Desde estas páginas quiero agradecerle que nunca me soltó de la mano, que lo que a veces interpreté como una cadena era un abrazo salvavidas y que la sangre que corre por mis venas es la que brota de su corazón. No se si alguna vez podré devolverle todo lo que me ha dado, pero intentaré devolvérselo con creces aunque conociéndola, seguro que siempre estaré en deuda con ella.
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