La perfección es una cualidad intelectual, la
belleza, una percepción espiritual. Una obra puede ser perfecta y dejarnos
fríos y sin embargo, otra cuajada de imperfecciones, puede sacudirnos el alma y
eso es en parte, porque la belleza también está en los ojos que la admiran. La
belleza es paz y es equilibrio, pero hay otra forma de belleza, es la belleza
de la tragedia, la que conmueve, la que sacude, la que desgarra y esa belleza
es quizás la forma más sublime de la expresión
humana.
Aquellos que pontifican que no existe poesía sin
medida, ritmo y rima son los mismos que solo aceptan la pintura figurativa, la
música sinfónica o la escultura hiperrealista, aquellos que exigen que el
teatro conste de tres actos y la narrativa de planteamiento, nudo y desenlace.
Cada aurora, cada anochecer son irrepetibles, ninguno sigue unas reglas
cromáticas, los pájaros del amanecer cantan sin partitura y las manos esculpen el cuerpo deseado con los ojos
cerrados. La belleza no está en el continente, es el aroma que respira el
oyente, el brillo que ciega al espectador y el eco que conmueve el alma del
lector. La auténtica belleza no conquista la inteligencia del cerebro, conmueve
la sensibilidad del corazón.
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