miércoles, 3 de octubre de 2018

LA PARÁBOLA DE LOS DOS HERMANOS


Un padre legó a sus hijos sus tierras, eran unos campos fecundos y ricos, pero había que cultivarlos. Josuhe se puso a trabajar de inmediato, lo sembró de palabras amables, cariño, ternura. No había día que no arrancara los malos entendidos, los rencores y llenara los huecos con las semillas del perdón y de la compasión.
Su hermano sin embargo, dejó las tierras al barbecho, y se llenaron de cardos, malezas y cizañas, las víboras anidaron en sus tierras, y el suelo se endureció hasta hacerse como la piedra.
Llegó la primavera, y los trigales se llenaron de pajarillos y amapolas, los ruiseñores cantaban a su vera y los granos maduraban día a día.
Las tierras baldías se convirtieron en pedregales donde solo las alimañas hacían sus nidos y tan solo los abrojos, odios y envidias crecían a sus anchas.
Una mañana, en la que Joshue, estaba cuidando con cariño sus tierras doradas por el sol, fue sorprendido por su hermano , que ciego de envidia, le golpeó la cabeza hasta matarle, después, prendió fuego los sembrados, y arrasó los campos, y con ellos los nidos de los pajarillos que allí moraban. De repente, una nube de aves oscureció el cielo y ciegas de cólera, atacaron a Isacar, arrancándole a picotazos la carne hasta dejarle tan solo el puro hueso.
Pasaron los años, y las tierras de Isacar, se convirtieron en cenagales infectos, mientras que los sembrados de Josuhel, reverdecían de año en año, y los pajarillos encontraban en ellas refugio y sustento.
Nuestras obras perdurarán mas allá de nosotros, tanto el bien como el mal que hayamos sembrado, quedará en el recuerdo de las generaciones venideras y sus frutos serán el legado de nuestro paso por la vida.

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