En estos últimos años se han
multiplicado los casos de depresión de una manera alarmante. A parte de los
problemas comunes que hasta ahora nos empujaban hacia las garras de este perro negro, se ha sumado una, que amenaza con saturar los consultorios
psiquiátricos como si fueran urgencias en una ola de gripe.
Tras meses de negar lo
innegable, de hablar de “desaceleración del crecimiento”, de “freno en la
creación de empleo”, al final han tenido que pronunciar de nuevo la palabra “Crisis”, la
palabra tabú.
Los grandes perjudicados en una crisis
de esta magnitud son los asalariados que ven peligrar su puesto de
trabajo, los pequeños empresarios, los autónomos que pueden perder su patrimonio, los pequeños inversores en bolsa, que han visto esfumarse en pocas semanas
los ahorros de años de esfuerzo y los pensionistas que ven cómo su poder adquisitivo se esfuma, si a esta circunstancia, le sumamos una
hipoteca o una deuda por adquisición de maquinaria o medios de producción,
el cóctel explosivo está servido.
La espada de Damocles ya parece un
péndulo sobre vuestras cabezas y vemos deshilarse la cuerda que la
sostiene. El miedo, la inseguridad, la angustia, y por último, la
depresión nos toman al asalto. ¿Cómo podremos salvar nuestra empresa?, ¿Cómo
podremos mantener nuestra familia y nuestro hogar si perdemos el empleo?. La preocupación
es un medio con el que afrontamos un problema e intentamos encontrar
soluciones, pero cuando ese problema nos desborda y queda fuera de nuestro
control, se genera esa sensación de impotencia y miedo que nos
empuja al vacío.
Es la gran tragedia humana que genera lo
peor de una crisis, las bolsas se recuperarán tarde o temprano, las
empresas desaparecidas, serán sustituidas por otras nuevas, y los pisos vacíos acabarán vendiéndose. Pero todos aquellos que quedaron tirados por el
camino, serán enterrados en la fosa común del olvido, mientras los que de
verdad gobiernan el mundo, comienzan de nuevo a inflar la burbuja.
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