El ajedrez es una metáfora de la vida, un monarca que se
enroca cuando las cosas se ponen feas y una dama todopoderosa (la banca) que se
pasea a sus anchas por el tablero. Las torres son el ejercito, rapidez y potencia letal; los caballos, los medios de
comunicación capaces de saltar por las casillas a su antojo, y los alfiles la
iglesia y la nobleza expertos en maniobrar con rapidez. Los peones, de blancas o de
negras somos carne de gambito, la pieza a entregar para mejorar posición u
ofrecer como carnaza. En lo único en que no existe parangón es en el tema de la
coronación, a diferencia de lo que sucede en el tablero, quien nace peón, acaba
de peón y ni tan siquiera hay una caja en la que al final de la partida seamos todos
iguales.
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