La vida me recuerda a un castillo de naipes, a cada uno nos dan un mazo, pero no hay las mismas cartas en todos, a unos le tocan barajas enteras, a otros, apenas unos cartones arrugados.
Empezamos a levantar el primer piso, la familia, la salud y el amor deberían ser la base sobre la que edificar el resto. Luego el trabajo, la cultura, los valores para reforzar los cimientos sobre la que se asentarán los demás niveles.
Conviene construir poco a poco y asegurar la estabilidad del edificio, así iremos añadiendo el éxito, los amigos, el dinero… Un castillo muy alto puede ser muy vistoso, pero hay que reforzar la base sobre la que se asienta el resto de niveles, pues en cualquier momento, podemos perder una carta. La muerte, la enfermedad o el infortunio, pueden derribar nuestra torre si no hemos construido con la suficiente solidez.
Algunos construyen edificios altísimos que deslumbran por su arquitectura, otros levantan fortalezas donde aislarse de por vida, y mientras hay castillos que se elevan lentamente, otros se alzan a una velocidad de vértigo.
Conviene colocar nuestros naipes con tino, sabiendo las cartas que nos quedan y en que debemos emplearlas y sopesar muy bien el riesgo que corremos al levantar un nuevo piso. Los timoratos, se quedan en la base y se encierran en su bunker sin atreverse a crecer, los ambiciosos, elevan los niveles sin mesura, hasta que una carta les derriba todo el edificio. Algunos hacen trampas y se dedican a robar los naipes de los vecinos para subir más alto, y otros se dedican a soplar a hurtadillas para derrivar los castillos rivales.
Debemos tener claro que este edificio está siempre inacabado y que la última apuesta la haremos en el lecho de muerte. Ese castillo es el que legaremos a nuestros descendientes para que puedan alzar el suyo más sólido y más alto, pero sobre todo más hermoso.
Jose Luis Posa
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