Nuestros dioses dejaron el Olimpo y se hicieron de carne y sangre,
héroes sin dobleces ni facetas que vivían y morían vidas heroicamente cortas,
la música era nuestra palabra, la banda sonora de nuestra vida, cada día, cada
recuerdo, llevaba asociado una canción, un poema.
El acelerador siempre a fondo, los ojos llenos de horizonte y el
alma con el turbo al rojo, lo imposible estaba al alcance de la mano y lo
inmutable se esfumaba ante nuestros embates como la niebla ante la aurora.
Han pasado decenios ¿quizás siglos?, y los colores cobraron matices, y los amores perfiles, la copa de la vida a veces sabe amarga y la muerte es una vecina con la que nos cruzamos a menudo, la noches a veces son eternas y en el póker vamos de farol y echando el resto, los amigos y los dioses, descansan en la misma tumba y la mujer sigue siendo el secreto mejor guardado.
El atardecer de la vida, nos enseña, que
el mar puede se azul intenso o verde esmeralda y que el cielo nublado puede ser
tan hermoso como a pleno sol. La música sigue sonando en nuestros corazones y
la poesía se vierte en nuestras almas como un bálsamo contra el dolor y la
incertidumbre. Ya no corremos detrás de la utopía, pero hemos aprendido a
seguirla de lejos. El horizonte ya no es una meta, si no un destino, y la vida
dejó de ser una prueba de fondo, para convertirse en un delicioso paseo.
Ya nos aburre la autopista, preferimos los
caminos rurales por donde perdernos, sin miedo a no saber por donde regresar.
Jose Luis Posa
No hay comentarios:
Publicar un comentario