Desde hace unos años, nuestras calles se ven amenizadas por
unos señores que repartiendo bombonas de butano, se dedican a aporrear las
botellas causando un ruido enervante
sobre todo a personas con problemas nerviosos o cefaleas, recorren las aceras
impunemente dejando un rastro de crispación sin que nadie les ponga freno y
muchas veces recreándose en el estruendo. En un principio, las botellas debían
ser encargadas a los distribuidores autorizados y eran transportadas
directamente al domicilio del cliente dado la peligrosidad del producto, pero
en la actualidad, los repartidores dejan el camión cargado con el material
inflamable y con la ayuda de una carretilla, van alegrando nuestras aceras como
los antiguos afiladores, pero de una manera peligrosa, agresiva y
ensordecedora.
Creo que la permisividad de que hace gala el ayuntamiento en
este tema tan peligroso, molesto y agresivo, contrasta con la ferocidad con que
los agentes multan a quien estaciona durante unos minutos encima de la acera
porque es humanamente imposible hacerlo de otra manera. Barcelona es una ciudad
bombardeada por motos a escape libre, establecimientos con decibelios feroces y
terrazas gallineras hasta la madrugada, solo nos faltan estos campanilleros
trashumantes para acabar destrozando nuestros nervios.
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