El auténtico médico no se forja en la facultad, para ejercer de sanador hay que nacer, hay que llevarlo en el alma como un don que es a la vez un deber. El médico curaba con la palabra, con la imposición de manos, con la mirada, te tomaba las manos, te miraba a los ojos, y dialogaba contigo. El médico actual es un expendedor de recetas, un ser robotizado que mira a una pantalla recibiendo instrucciones, un sicario de las farmacéuticas que se enriquecen creando enfermedades inexistentes e ignorando las que no les son rentables, haciéndonos creer que todos estamos enfermos.
Cuando el doctor entraba en nuestra casa con su maletín y su fonendo, la enfermedad se batía en retirada, a pesar del miedo que nos daban sus inyecciones, sabíamos que estábamos en buenas manos, y yo me pregunto, si los fármacos actuales se suministraran por vía intramuscular ¿tomaríamos tantos venenos?, la Farmafia comprendió que había que vender su producto como si fuera un detergente, había que hacerlo atractivo, fácil de tomar y muy accesible, nada de pinchazos ni introducciones traumáticas, pastillitas de colores como si fueran lacasitos y todos contentos, contentos y engañaos.
Cuando entramos en la consulta, y el médico no se levanta, nos estrecha la mano y nos mira a los ojos, tendríamos que salir huyendo, la medicina es una humanidad disfrazada de ciencia pero la han convertido en un zoco. Si Hipocrates o Avicena levantaran la cabeza, a bien seguro harían como Jesús con los mercaderes y correrían a latigazos a tanto mercenario de bata blanca. Si todos los esfuerzos e inversiones de los laboratorios se hubiesen dirigido a curar las enfermedades en lugar de amasar fortunas increíbles, estaríamos a las puertas del paraíso, pero estos genocidas nos han abocado al este del Eden.
Juanmaromo
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