Ya no es que llueva sobre mojado, es "El rayo que no
cesa". Hace unos meses fue Roche, después Telefónica y ahora Pficer, tres
empresas con beneficios multimillonarios que despiden a miles de trabajadores
con la única justificación de que no ganan tanto dinero como antes.
No habían hecho creer que estábamos en una "Economía
social de mercado", pero la cruda verdad es que estamos en la jungla del
parket, una selva donde no hay lugar para los débiles, para los honrados ni
para los justos. Los gobiernos de cualquier ideología se ven impotentes para
frenar esta ola de despidos que amenaza con crear una revuelta social de
consecuencias imprevisibles. Los estados, endeudados hasta las cejas por una
gestión nefasta de la era del boom, ahora se ven en la obligación de mendigar financiación
a los mercados, y estos aprietan las tuercas hasta la asfixia.
El capital emigra a paraísos fiscales, las multinacionales a
paraísos laborales y la vieja Europa tiene que desmantelar un estado de
bienestar que costó un siglo levantar y que fue ejemplo y orgullo para el
mundo. La empresas europeas no pueden competir contra unos sistemas de
producción sin seguridad social, sin vacaciones ni derechos laborales donde la
esclavitud es una forma de producción, unas zapatillas cuyo coste en origen es
de tres euros, nos la venden por cien y nosotros las compramos y hacemos
publicidad de sus logo.
Las inmensas sumas de dinero acumuladas durante la burbuja
yacen sepultadas en las torres de babel de Dubai, o en los bunkers de las Islas
Caiman esperando nuevas oportunidades, mientras los bancos restringen el
crédito a las pymes generando una ola de quiebras que amenaza con hundir el
sistema.
Ningún organismo puede crecer indefinidamente, un sistema económico
basado en el crecimiento perpetuo y desmedido, no solo está condenado al
fracaso sino que puede acabar con todos los recursos del planeta y dejar un
erial para nuestros nietos.
O somos capaces de estabilizar el sistema y lograr un
distribución del trabajo y de la riqueza, o esta sociedad injusta y cainita
tiene los días contados, y con ella la mayoría de nosotros.
JUANMAROMO
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