En los años cincuenta, más de un millón de españoles
expulsados del campo por el maquinismo y la explotación huyeron a Europa y Sudamérica
en busca de un futuro para sus hijos. Eran personas sin formación académica, sin
oficio en la mayoría de los casos, pero con la fuerza de la juventud y la
esperanza en un mañana mejor.
España fue industrializándose sobre la base de una mano de obra barata y unos derechos laborales inexistentes, multinacionales de todo el mundo abrieron factorías de ensamblaje con escaso valor añadido y sin apenas invertir en investigación y desarrollo. Estudiar una carrera estaba reservado a las clases media y altas y el proletariado quedaba fuera de la universidad salvo contadas excepciones.
España fue industrializándose sobre la base de una mano de obra barata y unos derechos laborales inexistentes, multinacionales de todo el mundo abrieron factorías de ensamblaje con escaso valor añadido y sin apenas invertir en investigación y desarrollo. Estudiar una carrera estaba reservado a las clases media y altas y el proletariado quedaba fuera de la universidad salvo contadas excepciones.
Con la entrada en la U.E. una nueva
oleada de empresas decidieron invertir en nuestro país, para ello buscaron marcas consolidadas que a golpe de talonario volaron a manos extranjeras, así logos legendarios como Montesa, Derbi, Bultaco, Sanglas o Pegaso, pasaron a
ser meras sucursales de las grandes multinacionales, lo mismo sucedió con las
marcas líderes en alimentación o detergentes como Riera Marsá, Mistol o Camp, que fueron barridas del mapa por
los depredadores del sector.
Pasaron los años, y la universidad abrió sus puertas a los
jóvenes. Miles de adolescentes sacrificaron años de su vida en prepararse para
los nuevos tiempos, las nuevas tecnologías ofrecían sueldos apetecibles a
telecos, ingenieros industriales o analistas informáticos y el auge de la
construcción demandaba arquitectos y especialistas cualificados. El estado
invirtió cantidades ingentes de dinero en prepara a una generación para los
nuevos desafíos, nadie quería trabajar en la obra, en la hosteleria o en los
servicios y hubo que importar cientos de miles de inmigrantes para ocupar los
puestos que nadie quería, pero todo era un sueño que acabó en
pesadilla.
Cuando la crisis se extendió por todos los sectores, las empresas
que habían buscado mano de obra barata emigraron a los países emergentes, y
marcas como Honda, Yamaha o Sony, que habían absorbido y exterminado a la
industria autóctona, cerraron sus factorías dejando en el paro a miles de
trabajadores. Legiones de licenciados se encontraron haciendo trabajos de
supervivencia sin esperanza de encontrar un puesto acorde a su preparación, la
generación más preparada de la historia era presa del paro y la frustración.
Con una industria incapaz de absorber la oferta de titulados y
especialistas, los jóvenes empezaron a buscarse la vida en el exterior, y
actualmente pleyades de universitarios preparados con el dinero del estado, están
rindiendo su trabajo en Alemania, Canadá o Australia como única salida
profesional a sus estudios.
Han pasado 60 años pero de nuevo, legiones de
españoles tienen que buscarse la vida en el extranjero, la flor y nata de la juventud
está siendo expulsada de su tierra como sucedió en los años cincuenta, la espiral ha dado
la vuelta completa y estamos de nuevo en el punto de partida.
JUANMAROMO
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